• Un vacío enorme (y III)

    Forum Cultural Guanajuato, en la ciudad de León, donde tuvieron lugar las presentaciones de los becarios de Artes Escénicas, Música y Letras, entre otras disciplinas, durante el último encuentro del programa Jóvenes Creadores.

     

    La llamada Cuarta Transformación embistió contra el Fonca designando a un escritor para que lo dirigiera (habiendo gestores culturales de sobrados talentos y funcionarios con probada experiencia) e instruyéndolo —pues no cabe suponer que haya sido su sola inspiración la que lo movió— para que reestructurara el organismo de raíz. Esto quiere decir: habría que cambiar los modos de brindar apoyos a los creadores artísticos (individuos y agrupaciones), en virtud de ciertas figuraciones de lo que debería ser un aparato gubernamental cultural incluyente y democrático. Lo cierto es que, más que esas figuraciones, lo que prevaleció en esa intención del Secretario Ejecutivo del Fonca (o en quienes lo empujaron a tomar las medidas que empezó a tomar) fue la imaginación de que había dispendios injustificables (como los que supondría la organización de los encuentros de Jóvenes Creadores) y prácticas viciadas. O, sencillamente, los movió la gana de marcar su llegada con la ideación y la ejecución de nuevas políticas, acordes a los ímpetus que resuenan desde Palacio Nacional.

    Como sea, el escritor metido a funcionario empezó por correr a trabajadores que hacían bien su chamba, canceló los primeros encuentros de Jóvenes Creadores, pospuso la publicación de resultados del programa México a Escena, postergó la publicación de otras convocatorias… Y fue adelantando, como si deveras hubiera estado trabajando en un diagnóstico serio, que en su momento daría a conocer la nueva forma de operar del Fonca. No llegó a eso: tras la consulta del jueves pasado a la que el Fonca se vio obligado a abrir a la comunidad artística, y que fue una muestra suficiente de desorganización e improvisación, y a la que el funcionario escritor no asistió, acabó siendo defenestrado hace un par de días. Mientras, siguen sin chamba los que la perdieron, siguen las convocatorias en suspenso, los becarios en activo están en la incertidumbre.

    ¿Tendrá remedio lo que está pasando? Ojalá que sí: las meteduras de pata han sido tales que no corregirlas se antoja imposible. La historia del Fonca, con los incontables servicios que ha rendido a la cultura de este país, no merece terminarse así, a fuerza de ocurrencias.

     

    J. I. Carranza

    Mural, 14 de marzo de 2019


  • Un vacío enorme (II)

    Aspecto de la exposición de los becarios del Programa Jóvenes Creadores en el encuentro organizado en León, Gto., en noviembre de 2018.

     

    En el huracán que supuestamente transformará al país, y cuyos vientos se originan en Palacio Nacional, las instituciones del Estado dedicadas a la cultura van siendo de las primeras en sacudirse. Los cambios abruptos, que no parecen tener detrás un trabajo de diagnóstico serio y profundo, da la impresión de que tienen una de dos explicaciones: o los encargados nuevos están emulando las formas de proceder del Presidente, y toman así decisiones arrebatadas e inspiradas por una suerte de iluminación moral para enderezar lo que, a su juicio personalísimo, está torcido, o bien tienen la encomienda de ir desmantelando lo que había, aunque funcionara, pues las transformaciones colosales han de incluir la supresión de los vestigios del pasado.

    El Fonca, que por estas fechas cumple tres décadas de haberse creado (sí, en el sexenio de Salinas, ¡uy!), ha estado muchas veces en el centro de una discusión que nunca ha ido a ninguna parte. Se ha acusado de parasitismo a los creadores que beneficia, y a sus funcionarios y a los integrantes de las comisiones que otorgan los apoyos, de toda clase de prácticas corruptas por las cuales los dineros que ahí se manejan estarían sirviendo siempre a ciertas mafiecillas: complicidades y favoritismos a los que, según esas acusaciones, habría que culpar de haber tarado la libertad intelectual del país en beneficio de los gobiernos en turno, del signo que sean. (En este sexenio viene mucho pensar en términos de mafias, y quizás por eso estas acusaciones contra el Fonca han resurgido con vigor. Aquí debo dar mi propio testimonio, para lo que valga. Como seleccionador y como tutor, tanto en el Programa Edmundo Valadés de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes —ya extinto— como en el Programa Jóvenes Creadores, me quedó clarísimo que era imposible hacer trampa. Así que las maquinaciones con que fantasean quienes acusan al Fonca de favorecer a quienes no lo merecen, según el capricho o la conveniencia de los jurados, carecen de fundamento. Y estoy seguro de que, al menos hasta que han llegado las nuevas autoridades, el Fonca era una de las pocas cosas que funcionaban inobjetablemente en este país desastroso). (Acabamos la próxima semana).

     

    J. I. Carranza

    Mural, 7 de marzo de 2019


  • Un vacío enorme (I)

    Presentación de las antologías de Letras y Novela Gráfica en el pasado Encuentro de Jóvenes Creadores del Fonca, llevado a cabo en León, Gto., en noviembre de 2018

    Presentación de las antologías de Letras y Novela Gráfica en el pasado Encuentro de Jóvenes Creadores del Fonca, llevado a cabo en León, Gto., en noviembre de 2018

    Hace muchos años, en una de las ocasiones en que tuve la fortuna de tener la beca del programa Jóvenes Creadores del Fonca, camino a uno de los encuentros que se organizan para que los becarios trabajen con sus tutores y entre ellos, se me ocurrió calcular lo que significaría que desaparecieran los camiones que nos llevaban. (Eran tiempos más pacíficos, mucho antes de los horrores que hoy vemos: yo, ingenuamente, apenas imaginaba que esos camiones eran abducidos por extraterrestres, o algo parecido). Y supuse —lo digo no porque yo fuera ahí, sino por el asombro que me causaba ver tal multitud de artistas reunidos— que la consecuencia obvia sería un vacío gigantesco en la cultura mexicana, un empobrecimiento irreparable en la medida en que esa cultura se vería privada de los frutos de todos esos talentos en formación, de sus entusiasmos y sus preocupaciones, de sus búsquedas y sus hallazgos.

    Años después, cuando me ha tocado ser tutor de ese programa, he dado otra forma a esa imaginación. En un país asolado por el miedo y en el que cada ciudad encierra peligros insospechables para todos, los encuentros de Jóvenes Creadores tienen siempre un carácter de insólita resistencia —aunque no libre de amenazas: en Guerrero, por ejemplo, bien advertidos estábamos los participantes de cuidarnos mucho, pues la libertad de antaño sencillamente dejó de existir—. Y, con todo, no parecía posible que todo eso desapareciera.

    Hasta que llegó la llamada Cuarta Transformación.

    Pasa esto: en la andanada del nuevo gobierno contra las prácticas de los regímenes anteriores, trátese de huachicoleros, administración supuestamente fraudulenta de guarderías, organizaciones de la sociedad civil, etcétera (si bien no se ve que ocurra gran cosa contra líderes sindicales de corrupta prosapia, blanqueadores de capitales, exgobernantes que gozan y seguirán gozando de impunidad, y usos y costumbres del latrocinio a gran escala en todas sus variantes), el sector cultural de la administración pública va siendo uno de los terrenos en que más desastres están ocurriendo, y, en concreto, es de temerse que de aquel programa sólo quede un vacío de verdad irremediable. (Seguimos la semana que entra).

     

    J. I. Carranza

    Mural, 28 de febrero de 2019


  • Después de Roma

     

    Es sabido que los óscares son los premios más importantes por las repercusiones que tienen para las películas que los ganan (que se aseguran así públicos más vastos) y para los individuos que participan en ellas (que, por lo general, habrán de recibir en adelante más y mejores ofertas para trabajar). Son premios que antes que sancionar la excelencia artística de las obras, o consagrar a los realizadores y a los intérpretes por sus méritos también artísticos, lo que brindan es una notoriedad mayúscula y perdurable de la que ganadores y productores se benefician grandemente. Otros galardones, a cambio de esa notoriedad, lo que dan es prestigio y respetabilidad, y asientan canónicamente las razones de que una película o una dirección o una actuación deban considerarse en términos de su calidad y su relevancia como obras de arte antes que otra cosa.

    Como sea, este domingo vamos a estar muy pendientes de la suerte que corran Roma, su director, sus actrices y sus colaboradores nominados. Nunca una película mexicana había llamado así la atención de la Academia estadounidense, y aunque ya eso es extraordinario, habría que ir preguntándose qué significará en realidad. Por ejemplo —y esto, desde luego, nos lo podrán ir esclareciendo los críticos serios—, ¿qué tan justa es la competencia? Si Roma hubiera competido contra otras películas, ¿habría tenido las mismas oportunidades que tiene? O bien, lo más obvio: ¿cuál puede ser el trasfondo político que, detrás de las razones eminentemente artísticas, podrá haber para que Cuarón y compañía hayan corrido con esta suerte?

    No se trata de ser aguafiestas: si ganan Yalitza Aparicio o Marina de Tavira o Cuarón o cualquier involucrado en Roma, a mí me va a alegrar, claro (si bien por razones parecidas a las que tengo cuando gana la Selección: puro gusto de que mucha gente aquí esté contenta). Pero sí creo que habría que ir tratando de discernir los verdaderos significados. Como el que pueda haber para el cine nacional, de ahora en adelante, en estos tiempos de incertidumbre y cuando tan necesario es que se filmen las mejores películas —si es cierto que a través del cine, y del arte en general, podemos entender mejor la realidad.

     

    J. I. Carranza

    Mural, 21 de febrero de 2019


  • Ay, hijo ingrato

    En su ímpetu democratizador de la lectura, el flamante encargado de despacho e inminente director del Fondo de Cultura Económica ha promulgado su intención de revisar la participación que esa editorial debería tener en la FIL de Guadalajara. Encontró injustificables los que llamó «gastos inútiles, fastuosos» que ahí se habrían hecho, y que según sus cuentas sumarían 9 millones de pesos en la edición pasada. Ni tarda ni perezosa (aunque sí sorprendida: no la veía venir), la FIL se pronunció para enmendarle las cuentas (según la feria, lo que erogó el FCE habrían sido casi tres millones y medio de pesos) y también para explicar que cada editorial gasta lo que quiere y, además, que no es cierto que, como dijo Taibo, haya salones vacíos (aquí habría que recordar cómo la feria sabe maniobrar para rellenarlos: apenas se ve que a los presentadores de un libro no habrá nadie que los pele, milagrosamente llegan hordas de estudiantes a evitarlo).

    Acaso no le falte razón al mandamás del Fondo si se propone cuidar los dineros públicos con que éste funciona. Eso estaría muy bien, y ya tendrían que estar haciéndolo todas las instancias gubernamentales que, generosas con lo que no es suyo (es nuestro), sueltan billetizas para eventos tan vistosos como la FIL. Pero llama la atención, por un lado, que apenas hasta que se ha visto en una posición oficial de poder (ya detentaba un poder tácito en la cultura mexicana desde mucho antes de diciembre), el novelista y formador de cuadros del lopezobradorismo y hoy funcionario se extrañe de lo que pasa en una feria del libro de la que él tanto se ha beneficiado como participante consuetudinario. Ahí soltó, para no ir muy lejos, aquel exabrupto que tanta resonancia alcanzó. Este extrañamiento de hoy es elocuente por cuanto puede significar a propósito del distanciamiento entre la FIL y quien manda en ella y el gobierno federal. ¿Qué más seguirá?

    Y, por otro lado, también cabe señalar como una ironía que alguien tan mimado por una feria cuyo nivel como festival cultural se ha rebajado tanto —incluyendo siempre en su programa a los infaltables como el funcionario de marras— ahora se le haya volteado así. Ha de sentirse muy feo.

     

    J. I. Carranza

    Mural, 14 de febrero de 2019


  • Pifia o no pifia

    ¿La Doctora se equivocó? Se me hace que no, que pudo haber carraspeado tantito, corregir de inmediato, incluso pedir que volvieran a grabar. Quizás el audio del video sí lo alteraron, para hacerla quedar en ridículo, y luego, claro, empezó a esparcirse de modo muy natural en ese caudal de caca que son las redes, porque, qué diablos, cambiarle así el nombre al poeta, para que quedara tan malsonante, iba a funcionar. Y he querido acordarme de quién llegó a decirle al poeta «Mamando Nervio»: ¿fue Luis Spota, que alguna vez rebautizó majaderamente a Salvador Novo como «Nalgador Sobo»? ¿O fue Renato Leduc? ¡O Alí Chumacero, que también se las gastaba así con la carrilla! No me acuerdo, pero desde que oí cómo le habría dicho la Doctora —de ser verdad que fue así—, me pareció que estaba recirculando un viejo chiste maldoso… que ¿quién habrá querido revivir?

    Pongamos que no se equivocó, que la Doctora pronunció bien y luego alguien le metió mano al audio. En tal caso, claro, es injusta la mofa generalizada. No fue injusta la que cundió cuando aquel tonto dijo «José Luis Borgues», o cuando aquella otra le dijo quién sabe cómo a Rabindranath Tagore, ni cuando el tonto de más acá no se acordó de los tres libros… Como sea, habría que apuntar cómo una pifia como la que se atribuye a la Doctora llega a llamar tanto la atención. Es comprensible, por tratarse de quien se trata. Pero también hay, por un lado, un encono considerable (síntoma de la animadversión grande que ha ido ganándose por estar donde está), y, por otro, está la devoción también desproporcionada de quienes la defienden (que mucho han de sentir que tienen que defenderla). Creo que una cosa y otra tienen que ver con el papel que ha asumido, detentando una innegable injerencia en los rumbos que la cultura habrá de tomar en la administración encabezada por su esposo. Ahí está lo que, a todas luces, parece haber sido la imposición de su sinodal en la Dirección General de Bibliotecas, con la inmediata defenestración de Daniel Goldin, que tiene más méritos y respeto que el susodicho —y vaya que esa defenestración ha merecido repudio.

    En cualquier caso, podríamos estar atentos a cosas más graves en este país en llamas.

     

    J. I. Carranza

    Mural, 7 de febrero de 2019


  • ¡Hay que leer!

    Parece por lo menos intrigante que, si la lectura es cosa tan buena como se dice, haga falta estar haciéndole tanta promoción todo el tiempo. Se insiste, una vez y otra, en los diversos provechos que podrían gozar quienes la adoptaran como un hábito —si bien no suele hablarse de los efectos adversos que pueden sufrir quienes ya leen: soledad, desengaño, recelo, alucinaciones, incapacidad creciente de acomodarse a la famosa realidad, fracturas de la armonía familiar, vista cansada, pérdida de poder adquisitivo, etcétera—. ¡Hay que leer!, y en esta consigna parece latir la certeza de que, al agarrar un libro y dedicarle algunos minutos, las personas y sus vidas habrán de mejorar como por ensalmo, de que la Patria se salvará y ya no habrá corrupción ni huachicol, y no sólo abandonaremos los últimos oprobiosos lugares en los rankings internacionales, sino que además seremos ciudadanos más justos y respetuosos y felices y todo será pura sabrosura.

    Cansa, esa cantaleta que vuelve cada tanto. Ahora viene acompañada por la intención, del flamante encargado del despacho del FCE, de abaratar los libros (y no nomás los que hace la editorial bajo su responsabilidad), y del gobierno federal de construir más y más librerías por todo el territorio nacional. Y la cantaleta vuelve, me da por pensar, porque es fácil entonarla y porque con ella se eluden asuntos siempre más graves y urgentes que ni el hábito de la lectura ni el perfeccionamiento moral de la sociedad arreglarían por sí solos. Ni el hambre ni las balaceras ni las fosas clandestinas ni el saqueo del país van a remediarse con cerros de libros de a diez pesos.

    Por lo demás, como siempre, no se dice nunca qué es lo que habría que leer y por qué (¿las «locuras» del susodicho?). Y se soslaya que, a fin de cuentas, por más que se abaraten los libros —y así los regalaran—, quien no quiere ni puede leer ni le interesa sencillamente no va a hacerlo. Por el inveterado desastre educativo que todavía habrá de lastrar a este país a lo largo de varias generaciones, gracias al cual la lectura es una actividad tan mal comprendida, por una parte, y también porque la lectura, como último reducto de libertad, es cosa personalísima.

     

    J. I. Carranza

    Mural, 31 de enero de 2019


  • ¿Hacer historia?

    No he visto la afamada película. ¿Pienso verla? Sí, pero no sé cuándo. No me urge mucho, vaya. Y es que da la impresión de que es urgente verla, de que se incurre en falta grave de no hacerlo, de que se incumple un deber patriótico —el Presidente de la República, al felicitar al director, admitió que no la había visto, pero que le habían comentado «que estaba buena». O bien, parece que mientras corran los días y uno siga perdiéndosela, estará privándose injustificablemente de una experiencia estremecedora.

    Además, está la andanada de premios y las nominaciones para que reciba más premios. Muy bien, que gane, tampoco me inquieta tanto, pues tampoco he visto las películas contra las que compite. ¡Ah, pero es que está haciendo historia! Momento: ¿será de veras así, o será que este año la competencia no estuvo muy reñida? No lo sé, aclaro, no sé nada, pero se me ocurre que hace falta un poco de perspectiva histórica cada que se afirma que algo o alguien está «haciendo historia».

    Para empezar: el cine mexicano ha producido, a lo largo de muchísimos años, numerosas películas formidables que, por unas razones u otras, fueron ignoradas por la crítica que concede galardones. O el mercado no había mandado que desde Hollywood se volviera la vista sobre lo que se filmaba en el sur, o para los directores de antaño era absolutamente imposible que se les abriera ninguna de las puertas por las que pasan los de hoy, o los canales de distribución eran otros (no existía internet, no existía Netflix, que habría gastado hasta 20 millones de dólares en promover la película en cuestión), o no había razones políticas como las que hoy acaso pesan… Por lo que fuera, la suerte que corre hoy la afamada película obedece a las circunstancias en que ha nacido. ¿De haberse filmado hace diez o veinte años le habría ido así de bien? Luis Buñuel, Luis Alcoriza, Ismael Rodríguez, Arturo Ripstein, y un largo etcétera de cineastas prodigiosos —entre los que yo incluiría al Cuarón de la originalísima Sólo con tu pareja— nunca tuvieron tantos reflectores encima, y, para que sus creaciones ciertamente hicieran historia, no los necesitaron.

    Quizás lo mejor sea verla cuando ya nadie esté hablando de ella.

     

    J. I. Carranza

    Mural, 24 de enero de 2019


  • La cartilla

    En México y otros países, leerle a alguien la cartilla significa hacerle ver sus deberes y, tácitamente, advertirlo acerca de las consecuencias de que no los cumpla. Es una expresión muy probablemente originada en la fundación, en 1844, de la Guardia Civil española, para la que el II Duque de Ahumada redactó un código de conducta, base del actual reglamento de ese cuerpo. El uso que hoy damos a la expresión lleva implícitos los sentidos de reprimenda y amenaza: si te leen la cartilla es porque ya la infringiste, y a la siguiente que hagas así te va a ir.

    Bueno, pues al Presidente de la República le dio por leernos la cartilla. Lleva rato haciéndolo, claro: en gran medida, ha trabajado el carisma que sus fieles le encuentran con un discurso, maniqueo y no pocas veces santurrón, que funciona a fuerza de absolutos morales y simplificaciones de la realidad; también con gestos propios de un ministro espiritual (perdón, amor, buena fe) cuya autoridad dimana de su propia supuesta integridad. Y la que nos viene a leer es la Cartilla moral de Alfonso Reyes, un texto más bien empolvado, amén de soporífero, que condensa un puñado de obviedades para cualquiera que haya tenido una clase de civismo en la vida (o bien, que haya ido alguna vez a la doctrina).

    Pobre don Alfonso: no son sus páginas mejores. (A mí me cae muy bien como ensayista cuando lo mueve el sentido del humor). Al margen de eso, ¿qué significa esta publicación? En la nota de presentación, López Obrador deplora «la pérdida de valores culturales, morales y espirituales» que ha provocado el actual estado de las cosas en México. Acaso no le falte razón. Pero uno querría que esos valores empezaran a restablecerse arreglando el desastre educativo, haciendo valer las leyes, metiendo a la cárcel a tanta rata, y no queriendo que nos aprendamos un catecismo. Es pura cursilería, y la cursilería es pura forma hueca, puro vacío.

    Pero le hicimos caso al Presidente y en familia nos pusimos a tratar el tema (así dice que hagamos, como padre magnánimo y regañoncito). Y lo dejamos por la paz cuando mi esposa me dijo: «Esto es para que lo lean las mamás de los huachicoleros, uno qué». A ver si ellas sí le tienen paciencia.

     

    J. I. Carranza

    Mural, 17 de enero de 2019


  • Entrevista a JIC, El Informador

    Entrevista a JIC, El Informador

    Foto: Atilano

    El silencio nos acerca a la realidad: José Israel Carranza

    El ensayista jalisciense habla de “Tromsø”, su primera novela

    8 de enero de 2019

     

    En un entorno de comunicaciones permanentes y abundantes, redes sociales y pánico a estar solos, “Tromsø” cuenta la historia de una persona que pierde la capacidad de comunicarse con los demás, guarda silencio y se recluye en la soledad al ser cada vez menos entendido.

    De esta manera, la primera novela del escritor tapatío José Israel Carranza habla sobre el verdadero significado de estar comunicados, y mediante una narrativa elaborada y descriptiva; pretende generar en el lector sensaciones y reflexiones sobre la incomunicación, la soledad y sus rutinas, y nuestras relaciones con los objetos que nos rodean.

    “Vivimos en una situación paradójica —por no decir absurda— en la que estamos aparentemente más posibilitados de encontrarnos con los demás a través de los nuevos medios, pero la profusión excesiva de palabras ha creado un barullo ensordecedor en que lo único que nos importa es ser escuchados y no escuchar a los demás, y es en buena medida razón del estado catastrófico de las cosas”, consideró Carranza.

    Ante esta situación, el ensayista y editor considera que el silencio “puede ser una forma óptima de tramitar la realidad, de vérnoslas con el mundo y con nosotros mismos, y deberíamos  procurarnos esa posibilidad de vida que es el silencio para percatarnos de un mejor modo de lugar en el que estamos y nos corresponde hacer”.

    Durante la novela, un protagonista sin nombre y con escasas señas de identidad es construido a través de la descripción de sus actos cotidianos, de sus escasos diálogos con una planta (helecho) o la dependiente de una tienda de autoservicio, o en la dificultad que estriba realizar actos comunes como cambiar el cheque en un banco sin proferir comunicación oral.

    “Las comunicaciones que ponen en funcionamiento la vida son aquellas meramente instrumentales, y que no necesariamente tenemos con los seres más significativos”, señaló Carranza. “Cuando descubrimos eso, vemos también un indicador —hasta cierto punto sobrecogedor— de que todas las relaciones que sostenemos están hechas de palabras, y cuando las palabras dejan de funcionar, las relaciones están en peligro también”.

    Para mostrar la incomunicación y retraimiento de su personaje, Carranza apuesta en “Tromsø” por una narrativa deliberadamente compleja, que exige al lector una participación activa y despierta.

    “Procuro que la experiencia de la lectura lleve al lector a experimentar o sufrir lo mismo que está viviendo el personaje, por eso es una prosa tortuosa, laberíntica, obsesionada, ensimismada, porque yo quería que mis lectores se sintieran como se sintió este personaje”, señaló. “Es una lectura exigente pero puede verse recompensada con alguna idea que quizá resulte interesante”.

    El también autor de la colección de ensayos “Las encías de la azafata” (2005), construyó su primera novela —titulada así por un poblado de la región ártica de Noruega, famosa por sus auroras boreales— en un proceso de ocho años. Carranza tiene en puerta un libro de cuentos y su regreso al género ensayístico.