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El gran cine
Jorge Negrete, Carmelita González, Yolanda Varela y Pedro Infante.
Es el mes patrio, y, con tal motivo, han estado proyectándose 17 películas nacionales en la Fiesta del Cine Mexicano, en salas de Cinépolis. No son muy legibles los criterios que se tomaron en cuenta para seleccionarlas, pero la oferta incluye comedias y melodramas recientes que tuvieron algún éxito cuando se estrenaron, una de dibujos animados, un documental, una película que puede considerarse de culto (El lugar sin límites, de Arturo Ripstein) y una joya de la época de oro, Dos tipos de cuidado (Ismael Rodríguez, 1953). Ésta fue la que elegimos ver.
Si existe algo como la identidad nacional —un sentimiento de pertenecer, junto con otros, a una geografía y un tiempo histórico determinados—, debe de ser algo parecido a lo que flotaba en la sala. Ante la dificultad de definir qué significa ser mexicano, está a nuestro alcance una experiencia como ésa. Porque lo que veíamos en la pantalla era algo que podíamos reconocer sin ninguna duda, como si lo trajéramos implantado en alguna zona del cerebro anterior al entendimiento y a la memoria. Pedro Infante, Jorge Negrete, la música, el lenguaje, el blanco y negro inmensamente más expresivo que la paleta de colores más rica, y que, para la mayoría de cuantos estábamos ahí, sólo habíamos podido ver en la televisión.
Fue algo milagroso: ¡esa película en un cine! El valor que adquiere cada elemento, magnificado por la escala de la proyección (¡qué director tan acucioso era Ismael Rodríguez! Un ejemplo: Jorge Negrete está fumando mientras cantan, él y Pedro, la de «Quihubo, cuándo», y el cigarro se consume puntualmente a lo largo de la canción, en una continuidad cuidadísima), y la música, con esas voces (y la de Carmelita González, soprano asombrosa), son de suyo impresionantes. Pero, además, está la gracia insuperable de los parlamentos, el encanto de todas las actuaciones, los sentidos que podrían pasar inadvertidos si no se aprecian a esa escala y ese volumen… En fin: fuimos muchos los que no pudimos aguantarnos las lágrimas de emoción y felicidad.
Como las mejores ideas, ésta es muy sencilla: proyectar el gran cine mexicano una vez al año. Ojalá se repita. Para que nadie se pierda de esa experiencia incomparable.
J. I. Carranza
Mural, 13 de septiembre de 2018
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El premio del barrio
Foto: Manuela Aldabe
No tengo ninguna objeción que hacer a la elección de Ida Vitale como ganadora del Premio FIL de este año. Esto que acabo de decir, aunque no importa en absoluto —pues, aunque tuviera todas las razones del mundo para enfurruñarme, a ver quién me iba a hacer caso—, me salió decirlo así, en negativo, e imagino que eso algo significará. Porque otra cosa muy distinta sería si manifestara, eufórico o exultante, mi acuerdo con esa decisión. Ida Vitale, cómo no, está bien, pásele, felicidades, ni cómo alegar en contra. No se equivocó el jurado, no contará como un error más en la historia de este premio (bastante llena de hoyancos, e incluso de cráteres profundos, como Bryce Echenique, nunca hay que olvidarse de él). No hay nada que reprochar.
Ida Vitale, en lo poco que le he leído, me gusta mucho. Uno de sus libros, para dar pronto con una muestra, a mí me parece bellísimo: Léxico de afinidades, publicado hace alrededor de un cuarto de siglo por la editorial Vuelta y reeditado recientemente por el Fondo de Cultura Económica. Entre la memoria, la poesía y el ensayo, ahí vamos presenciando el despliegue de una inteligencia afiladísima que se sostiene sobre una asombrosa fe en las posibilidades más inusitadas de las palabras. O sea que, lo dicho: es una merecedora irreprochable de este premio.
Pero —aquí llega el pero—, quizás porque este premio se da en nuestro barrio, y podemos así ver lo que significa (la visibilidad que da a sus ganadores, el hecho de que éstos vengan a Guadalajara a recibirlo, y por tanto los tengamos cerca), algunos tenemos la costumbre de quedar, por principio, inconformes con el anuncio de cada año. Porque —y es lo malo de todo premio— siempre pudo ganarlo alguien más: invariablemente, alguien que habríamos preferido. ¿César Aira? ¿Eduardo Lizalde? ¿Angélica Gorodischer? Da lo mismo: siempre acabamos rumiando que Michel Tournier o Salvador Elizondo se murieron sin haberlo recibido, y no querríamos la misma suerte para nuestros preferidos.
Será una ocasión óptima para que muchos descubran a Vitale y para leerla con atención. Y no es que eso esté mal, todo lo contrario, no nos vamos a quejar por eso. Pero, ¿y qué tal si mejor se lo hubieran dado a…?
J. I. Carranza
Mural, 6 de septiembre de 2018
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Numismática
Es claro que, como seguramente pasa con las monedas y los billetes de cualquier país, en la numismática mexicana puede leerse un registro de las ideas que hemos tenido acerca de nuestra identidad histórica. O, más bien, de la conformación que los sucesivos regímenes han dado a esas ideas, acordes, luego de la Revolución, con las que privan en los programas educativos oficiales —todavía en la Revolución había quienes imprimían su dinero como les daba la gana—. De ahí que siempre estén ciertos personajes que pasan por incuestionables (Hidalgo, Juárez), mientras otros a veces se vayan, pero no del todo (Madero, que lo mismo ha podido estar en billetes de 500 pesos que en monedas de 20 centavos), y algunos sencillamente salgan de circulación (los Niños Héroes, que abandonaron la escena cuando los billetes de 5 mil pesos dejaron de existir).
El nuevo brinco que está por dar Juárez, del billete de 20 al de 500, sugiere, por una parte, que está por refrendarse la parafernalia juarista para todo lo que se ofrezca. Luego de que Fox le dijera hazte para allá, no había recuperado su protagonismo sino hasta que López Obrador se encomendó a su amparo, y es de suponerse que su estampita va a ser omnipresente en los años que vienen. Pero, por otro lado, ese relevo habla mucho de la escasísima y terca imaginación que tenemos, incapaz de concebir que otras figuras puedan ocupar el sitio privilegiado de la memoria que puede ser cualquier cartera —bueno, no cualquiera, la de alguien que tenga trabajo y billetes para guardarlos en ella.
Según ha anunciado el Banco de México, más adelante Hidalgo y Morelos se mudarán al billete de 200, Madero volverá al de mil (¡con Carmen Serdán!), Sor Juana se pasará al de 100 y habrá uno más de 2 mil, con Octavio Paz y Rosario Castellanos. Es decir que, salvo un par de excepciones, seguirá la rotación de los mismos. Y Juárez, el omnipresente (aeropuertos, pueblos, calles, plazas, escuelas, hospitales…), presidiéndolo todo. Es lo curioso, por decirlo de algún modo: que, incluso en tiempos de supuestas transformaciones colosales como la que se anuncia (insertar trompetilla aquí), lo cierto es que jamás tenemos muchas ganas de transformarnos del todo.
J. I. Carranza
Mural, 30 de agosto de 2018
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Entrevista a JIC, La Gaceta UdeG
Foto por Abraham Aréchiga
Las apariencias de la identidad
Por Mariana González
27 Agosto 2018La soledad humana frente a la supremacía de internet y la incomunicación social que han generado la tecnología y las redes sociales no son sólo el signo de la contemporaneidad, sino también los ejes sobre los que el ensayista y narrador tapatío José Israel Carranza construye su primera novela: Tromsø.
El silencio es el sonido de esta historia en la que un hombre va perdiendo la capacidad de expresarse y hacerse entender ante los demás. Carranza, periodista y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, muestra una metáfora de la dificultad para comunicarse por la que atraviesan las personas, en esta primera novela que viene a engrosar su bibliografía mayoritariamente ensayística.
¿Cómo surge la idea de escribir Tromsø?
Es una novela que inesperadamente se me reveló como una novela, porque había comenzado como un libro de ensayos. Hubo un momento en que la escritura me mostró que aquello que tenía yo entre manos era una historia que tenía que ser narrada. De pronto me di cuenta que lo que yo quería decir por la vía del ensayo estaba siendo dicho mediante una historia que se desenvolvía ante mis ojos, la vida de un hombre que va descubriendo que cada vez le entienden menos las personas que lo encuentran en la vida de todos los días, y aquello entrañaba una especie de enigma que la narrativa tenía que abocarse a resolver. Eso pasó por ahí del 2011 o 2012 cuando estaba trabajando en este proyecto. Lo escribí a lo largo de un poco más de tres años y lo terminé en 2013 y desde entonces para acá estuve volviendo al texto, revisando, retocando y ajustando, hasta que finalmente surgió la oportunidad de publicarla.
¿Hay una pérdida de la voz propia, de la identidad en este contexto contemporáneo?
De alguna forma sí, creo que vivimos en el espejismo de imaginar que estamos cada vez mejor comunicados, sobre todo a través de las nuevas tecnologías, cuando en realidad nos estamos viendo cada vez más aislados y cada vez es más difícil, desde mi punto de vista, saber quiénes son esos con los que creemos que estamos conversando y, por lo tanto, saber quiénes somos nosotros mismos. La novela de alguna manera transcurre como una reflexión acerca de estos temas, no es propiamente una crítica al momento presente, pero sí tiene que ver desde luego con todo lo que sucede.
¿Qué hizo que quisieras tocar este tema?
Cuando ya había reconocido a este personaje y vislumbraba cuáles eran las dificultades que enfrentaba, me di cuenta que ahí estaba en juego el tema de la dificultad de comunicarse con los demás, la dificultad de tener una identidad y, sobre todo, el hecho que se me mostraba una y otra vez de que lo único con lo que contamos son apariencias, y que lo único con lo que nos podemos manejar para mantenernos en la ilusión de que estamos vivos son lo que se nos muestra, que los sentidos profundos de lo que nos sucede, de lo que pensamos y lo que sentimos quedan, por lo general, ocultos.
¿El aislamiento y la incomunicación los consideras un mal de nuestros tiempos?
Creo que es una circunstancia a la que nos hemos visto arrojados, sin reflexionarlo demasiado porque, insisto: creo que tenemos una fe excesiva en que las cosas están dadas para que nos entendamos cada vez mejor cuando en realidad sucede todo lo contrario.
¿Hasta dónde la literatura puede poner la reflexión en cómo vivimos la vida cotidiana?
La literatura es el mejor observatorio que hay para la vida, creo que lo que sucede en las novelas, los ensayos y la poesía nos muestra antes que cualquier otra zona del conocimiento lo que realmente somos y lo que nos pasa, entonces creo que es un territorio óptimo para tratar de aventurar algunas posibilidades. En ese sentido traté de que la novela fuera una reflexión dilatada acerca de los límites de la escritura y de qué tanto es capaz de decir ella misma acerca de sus propios asuntos.
¿A José Israel Carranza le gusta el silencio?
Lo prefiero sobre cualquier otra alternativa. Esta es una novela en la que el silencio está proliferando como una circunstancia existencial ciertamente angustiosa. Personalmente me gusta más el silencio que la otra alternativa, que es el barullo, que puede llegar a ser ensordecedor.
¿Es útil el silencio para entender al otro?
Creo que sí, que es una forma de entendimiento mejor de lo que sucede, de lo que les sucede a los otros y de tratar con los demás.
Entrevista en La Gaceta
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Solito
Muy divertida, la entrevista reciente en la que el escritor Paulo Coelho se ve acorralado por sus propias respuestas. Según esto, el brasileño es reacio a tratar con la prensa, y en esta ocasión habría cedido porque el medio que lo requería es uno donde él colabora; además, acaba de lanzar un nuevo libro, y lo que suele esperarse de un autor es que, además de escribir libros (que ya sería suficiente), se avenga a participar en todo lo que haga falta para que se vendan: presentaciones, entrevistas y demás circo. (Siempre me acuerdo, a este respecto, de una anécdota de Juan Carlos Onetti, a quien le organizaron un gran homenaje una vez; vino gente de todos lados, costó mucho trabajo convencerlo a él de que asistiera, y, cuando le tocó por fin tomar la palabra, se levantó de su asiento, tambaleante —parece que todo el rato había estado dándole tragos a su whisky— y solamente dijo: «Yo no hablo. Yo escribo». Y volvió a sentarse para seguir chupando).
El caso es que el autor que ha vendido, según la misma entrevista, 225 millones de libros y posee, por tanto, una fortuna considerable, tuvo a bien afirmar que sigue considerándose hippie (Hippie es el título de su nuevo libro), y entonces la reportera, naturalmente, quiso saber cómo es posible eso: «¿Se puede ser hippie viviendo en Ginebra, en una casa extraordinaria con vistas al Montblanc, rodeado de obras de arte y con mayordomo?». Ahí empezó a responder de modo cada vez más airado, en un berrinche espectacular, hasta decir: «Borra todo, empezamos otra vez…». Felizmente, la reportera no sólo no borró, sino que lo publicó todo.
Con frecuencia me encuentro con lectores de Coelho. No es tan misterioso que lo sean: la maquinaria de la publicidad funciona muy bien. Y lo más seguro es que esos lectores lo sean porque no han tenido más remedio: no se han encontrado con otras lecturas. Antes, yo me empeñaba en demostrar, especialmente a mis alumnos, por qué es prescindible esta literatura. Pero ya vi que no hace falta esforzarse mucho: pasado un tiempo, y si se les pone al alcance otra cosa, los lectores más fieles acaban desengañándose por su cuenta. Y, como en su entrevista, Coelho solito muestra lo que realmente es.
J. I. Carranza
Mural, 23 de agosto de 2018
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Presentación de Tromsø
El próximo jueves 23 de agosto se presenta Tromsø en la Casa ITESO-Clavigero a las 19:30 h.
Contaremos con las participaciones de Víctor Ortiz Partida y Bernardo García, así como del autor, José Israel Carranza.
La Casa ITESO-Clavigero está en la calle Guadalupe Zuno #2083, en la Colonia Americana de la ciudad de Guadalajara.
¡Los esperamos!
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Arco y espada
Un amigo tenía la costumbre de visitar lo más pronto posible el mercado principal de cualquier lugar adonde llegara por primera vez. Apenas dejaba las maletas en el hotel, preguntaba por dónde irse y agarraba camino. Nos reíamos un poco de él —dicha costumbre la completaba el ritual de tomarse un chocomil en el mercado—, pero sus motivos eran muy razonables. La idea era que sólo en un lugar así podía encontrar el carácter auténtico de la ciudad o el pueblo que iba a conocer, su vida de todos los días, la gente que la hace. Como si el viaje al mercado fuera un atajo para dar cuanto antes con lo que más valía la pena conocer ahí.
Yo tardé en aceptar esos motivos. Pensaba, quizás, que los mercados en México son todos iguales. No lo son, pero sí se parecen mucho, y eso me disuadía de buscar nada en ellos. Y también, claro, me daba pereza esa búsqueda: seguramente prefería eludir sus ajetreos, sus ruidos, sus cochineros, el gentío. En todo caso, recientemente he tenido ocasión de ir reconociendo cuánta razón tenía mi amigo, a raíz de una serie de visitas al nuevo Mercado Corona, desde poco después de que lo inauguraron y parecía todavía la implantación de un capricho con el que se había resuelto disparatadamente la muerte por fuego del mercado que durante años hubo ahí.
En el Corona, qué duda cabe, se lee claramente qué es y cómo es Guadalajara. Por ejemplo, ahora que reinstalaron el arco de cantera que había sido removido luego del incendio. Está muy bien que quede ahí ese testigo de lo que había, pues algo que nos ha hecho mucho daño es la desmemoria. Además, su presencia tiene algo de insólito, y eso la vuelve encantadora. Pero, a unos pasos, a la estatua del Amo Torres sigue faltándole la espada, y, además, muchas letras de la placa están borradas, de manera que se vuelve incomprensible lo que dicen. Es, creo, una estampa muy elocuente de Guadalajara: por un acierto que hay, una vergüenza que debemos pasar. Qué trabajo cuesta arreglar eso, no sé: menos que el que implicó levantar el arco. Pero no se hace —así como tampoco se limpia el mercado como se debe, que qué tanto costaría darle una trapeadita. ¿Así somos? Se aprende mucho yendo. Mi amigo tenía razón.
J. I. Carranza
Mural, 16 de agosto de 2018
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Días de rascarle
Puede parecer misterioso el hecho de que existan mochilas cuyo costo ande entre mil y mil 500 pesos (las habrá más caras) y otras que cuesten apenas cien. O cincuenta. Mochilas escolares, de las que hay que comprarles a las creaturas para el regreso a clases. (¿Hay que comprarles? En rigor, sólo si las del año pasado quedaron despedazadas, aunque pocas cosas tan emocionantes como estrenar mochila, y es de ese género de emociones que, si hay posibilidades, resulta cruel negarles a las creaturas: para qué trabaja uno si no es para eso). Más inexplicable es que unas y otras se vendan en la misma papelería y no parezcan tener diferencias significativas de calidad, a lo sumo las hace distintas que las caras suelen traer monos pintados y las austeras no.
Si no es misterioso, dejémoslo en asombroso. Pero sirva para recordar, en estos días salvajes de surtir las listas de útiles, la conveniencia de buscarle y rascarle y esculcar para no acabar, por ejemplo, pagando mil cuatrocientos pesos de más por una mochila cuando la creatura pudo haber quedado feliz por sólo cien. (Demasiado tarde vimos las de cincuenta; no nos pesó ese descubrimiento, pues, gracias precisamente a que nos la hemos pasado buscando y rascando y esculcando, ya nos habíamos ahorrado otra fortunita). Hay escuelas que enjaretan listas delirantes; otras —como es nuestro caso— se miden y alientan a reciclar materiales del año pasado. En cualquier caso, hay que esmerarse en asimilar bien el saber que sólo da la experiencia.
Lo primero es proceder con tiempo —no siempre se puede: no siempre “baja el recurso” oportunamente como para correr a las papelerías en cuanto entregaron las listas—; no dejarse encandilar por las supuestas ofertas de las grandes cadenas: siempre es mejor la discreta papelería amontonada y tilichenta, que lleva siglos ahí. Hay que llamar a las librerías y pedir que aparten los títulos que se necesitan: así se evitan vueltas de más. No hay que hacerle mucho caso a las veleidades de las creaturas —uno puede acabar comprando una lonchera termonuclear hecha en Suiza nomás por capricho. Y hay que dejarse contagiar por la alegría de las creaturas, que van a estrenar. Eso le da sentido a todo.
J. I. Carranza
Mural, 9 de agosto de 2018
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Entrevista a JIC, periódico Mural
Foto por Emilio de la Cruz
Entre silencios
Rebeca Pérez Vega
Un nombre empieza a perder la voz, a aislarse, a hundirse en el silencio. Insiste en comunicarse, repite las palabras, pero es inútil porque nadie entiende.
Esta historia de imposibilidades, fue el punto de partida para el escritor José Israel Carranza (Guadalajara, 1972), quien con Tromsø(Malpaso Ediciones, 2018) hace su debut en el género de la novela.
El proceso de escritura fue largo. Empezó hace casi ocho años como un proyecto para un libro de ensayos, pero la propia escritura le reveló el destino de la historia, relata.
«El personaje se me reveló repentinamente, no tuve más remedio que ponerme a observar lo que hacia, lo que le pasaba, en alguna medida es una novela acerca de la verdad, de que lo único que tenemos a nuestro alcance son las apariencias.
«Me di cuenta que es una reflexión sostenida acerca de los límites de la escritura, por una parte está la historia de este hombre solitario, que cada vez se le entiende menos lo que dice, pero por otro lado la escritura también se cuestiona a sí misma para tratar de averiguar qué es capaz o incapaz de decir respecto a un personaje como éste», narra.
Carranza es ensayista, narrador y editor. Ha publicado las colecciones de cuentos Las Magias Inútiles y Cerrado las Veinticuatro Horas, así como los libros de ensayos La Estrella Portátil y Las Encías de la Azafata. Con Tromsø decidió experimentar con las palabras, establecer un ritmo frenético, con algo de curvas en el camino.
«La propia naturaleza de la escritura me fue indicando que era lo que tenía que suceder, pronto tuve que reconocer que iba a ser una lectura tortuosa, demasiado sinuosa si es que alguien se empecinaba en seguir adelante iba a pasar bastantes dificultades, pero decidí seguir adelante, porque eso también quería decir algo de la historia.
«Hay una especie de composición musical, quería que las palabras sonaran como debían sonar, que la puntuación fuera marcando esos sonidos, es una novela acerca del sonido y del silencio, de lo que las palabras alcanzan a decir», explica Carranza.
Tromsø será presentado por Víctor Ortiz y Bernardo García el jueves 23 de agosto, a las 19:30 horas, en la Casa ITESO Clavigero (Calle José Guadalupe Zuno 2083, esquina con Marsella).
En ese mismo espacio, pero a partir del 17 de agosto, Carranza ofrecerá un taller de ensayo con dos grupos, a las 17:00 y las 19:00 horas. En ese espacio explorará las posibilidades creativas del género, pero también las complejidades que implica como herramienta para interpretar la realidad. Las inscripciones ya están abiertas. Más informes al correo mlira@iteso.mx.
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Raudo desastre
Las transformaciones del paisaje en Guadalajara, al margen de lo que las explique, se caracterizan sobre todo por su velocidad. Habría que preguntarse, claro, a qué obedece el hecho de que se hayan acelerado tanto en los últimos años. ¿De los Panamericanos para acá? Posiblemente: fue un momento en que sobre la ciudad —o, más bien, sobre quienes toman las decisiones en ella— se cernió una especie de delirio, mezcla de codicia y arrogancia, por el cual pareció entenderse que estábamos rezagados y debíamos alcanzar a las grandes capitales, lo mismo con la intensificación de la obra pública que con la inversión privada que se puso a levantar torres por dondequiera —cierto, no por dondequiera, pues ese delirio incluía seguir desentendiéndose de las zonas inveteradamente dejadas a su suerte, y que pasará mucho tiempo para que esos tomadores de decisiones encuentren qué provecho sacarles.
El caso es que, de entonces para acá, no hay día en que uno no se tope con una nueva mutilación, una alteración abrupta del paisaje, una demolición de lo que era en favor de lo que, supuestamente, debería ser. Vamos habituándonos a esos hallazgos: tantos son, y, además, tanto nos atarea una vida que implica ir acomodándonos todo el tiempo a la ciudad así renovada, que acaso ese estado de constante anomalía lo hayamos tomado ya como la normalidad. No obstante, si se presta atención, puede verse cómo se suceden las pérdidas, y sobre todo si esa atención está en función de la memoria personal, la que tal vez no llegue a convertirse en historia colectiva, pero que sí da forma a lo que cada uno de nosotros es. La casona admirable que tiraron y en la que sólo hay un abismo ominoso desde donde se alzará un nuevo esperpento; el café donde siguen alojados algunos recuerdos decisivos, aunque dicho café ya no exista; la plaza comercial desolada y para muchos ya inservible porque le retiraron el supermercado que la llenaba hasta hace poco; el puente que era como una ola inverosímil elevado sobre la avenida, ahora que bajo la avenida correrá el monstruo que luego saldrá a la superficie para que desde ahí podamos ver en todo su esplendor el raudo desastre. ¿Así ha tenido que ir cambiando la ciudad?
J. I. Carranza
Mural, 2 de agosto de 2018