Las inflexiones decisivas de la historia sólo es posible reconocerlas cuando ha pasado el tiempo suficiente para contemplar con algún sosiego lo que sucedió. Por tanto, creer que se está viviendo un momento de quiebre por el cual el futuro ya no será lo que iba a ser, y creer además que es posible desentrañar ya el significado de los acontecimientos actuales, supone, en el peor de los casos, un exceso de ingenuidad. Y, en el mejor —como les pasa a muchos mexicanos ahora mismo—, es una convicción en la que se mezclan la esperanza de que lo que ocurra sea lo más favorable que tenga que ocurrir (o bien lo peor, para quienes experimentan esa convicción cargados de temores), la ilusión de que las palabras que oímos y los hechos que empezamos a presencia están fundados en la verdad (o la sospecha de que todo es mentira, para quienes se atrincheran en su recelo), y también (para optimistas y para pesimistas) una actitud de renuncia a la necesidad de la reflexión crítica, de la ponderación juiciosa de hechos y palabras, de la perspectiva que brinda la memoria, en lugar de todo lo cual se da preferencia a las efusiones de simpatía o franco entusiasmo, o bien de antipatía o declarado horror.

Dicho de otro modo: ni lo que parece más insólito en estas supuestas transformaciones o refundaciones es en absoluto inédito, ni tampoco lo más previsible deja de tener su novedad. Pero es un tiempo propicio para los agoreros, de un signo u otro, y ello quizás se explique en parte porque la realidad urgente de la que hay que ocuparse es tan espantosa y parece tan irremediable que preferimos abocarnos a la profecía y a la conjetura y a la figuración temeraria de que sabemos para dónde vamos. Yo no tengo idea, y me pongo en guardia contra cualquiera que afirme reconocer alguna señal que indique el rumbo. También es tiempo de fanatismos, y de desfiguros sin cuento, y de discusiones tan encendidas como insustanciales, todo lo cual sólo quita el tiempo que más nos valdría dedicar a trabajar. Nada nunca es para tanto, y menos en este país que hace mucho dejó de conducirse por ninguna lógica ya no digamos funcional, sino ni siquiera discernible, y que, sin embargo, asombrosamente sigue existiendo.

 

J. I. Carranza

Mural, 6 de diciembre de 2018