Hace cerca de veinte años, en mayo de 2003, el escritor Alessandro Baricco pronunció en la Feria del Libro de Turín un discurso titulado «Queridos jóvenes, es mejor no leer». No se trataba de soliviantar a los jóvenes bajo el supuesto, siempre infundado, de que son seres elementales que reaccionan con automatismos predecibles e invariables: si les dices que hagan algo, harán lo contrario, suelen pensar muchos adultos obtusos (y elementales y predecibles), y nunca es así. «No tengo ninguna duda que el placer de leer», empezaba diciendo Baricco, «así como la cultura del libro, está fuertemente relacionado a una derrota. A una herida y a una derrota. […] Leer es siempre la revancha de alguien que en la vida fue ofendido, herido. Me parece que leer libros es una manera inteligentísima de perder […] Sé que la gente de libros es, por lo general, gente que sufre». Había, pues, que tomar en un sentido literal esa conminación del novelista y ensayista.

       El martes pasado, en la visita que hizo al ITESO para conversar nuevamente con jóvenes que leen, le pregunté a Baricco por qué había dicho aquello. Es un asunto que me importa particularmente, como le dije entonces, porque da la casualidad de que ese discurso es, nada menos, el punto de partida de los cursos de literatura que imparto en esa universidad: cada semestre, me sirvo de las palabras de Baricco para promover una reflexión acerca de la importancia de descargar a la literatura de responsabilidades que no le corresponden (esas preconcepciones «advenedizas y espurias» ante las que Antonio Alatorre recomendaba estar alertas). La respuesta del italiano fue: «Lo que pensaba es que si tienes 16 años, es mejor si vas a bailar. Sólo esto. Yo a los 16 leía libros, pero era un error. Lo ideal sería saber leer y bailar. Pero, en la duda, mejor bailar». Agregó que más adelante, cuando tienes 22, 25 años, si sigues sólo bailando, ahí hay un problema, pues «los libros ayudan a entrar a la vida». 

       En su discurso de 2003, la sugerencia de Baricco se desprendía de una reflexión que, me parece, hoy es aún más relevante que entonces, vista la velocidad con que ha cambiado el mundo y lo irreversibles que son determinados cambios en nuestra forma de percibir la realidad y entendernos, a nosotros mismos o entre todos. La transmisión de lo que juzgamos importante a quienes van llegando a este mundo vertiginoso frecuentemente fracasa debido a que somos incapaces, quienes estamos aquí desde antes, de reconocer la nueva «geografía del sentido» que los recién llegados descubren por su cuenta, y también porque nos aferramos a creer que aquello que nos resulta vital e indudable bien puede no serlo para los habitantes de esa nueva geografía. Esa incapacidad, tal vez una forma de la fatalidad en el decurso de las generaciones, también termina por condenarnos a comprender menos lo que ocurre: el salitre del prejuicio y la necedad estropea nuestras mejores convicciones, y así nos encaminamos a la salida sin entender ya gran cosa, perdiéndonos además de quién sabe cuáles posibilidades que ya nunca vamos a saber descubrir.

       «Cuando, en resumidas cuentas, no puedo explicar a los jóvenes […] por qué creo que El hombre sin atributos, de Musil, es un libro que hay que leer», agregaba Baricco; «cuando advierto que me canso cada vez más, que cada vez tengo menos credibilidad, y que no logro convencerlos, no sólo quiere decir que no soy lo suficientemente bueno. Sugiere también que, en la nueva geografía que está naciendo, El hombre sin atributos no es un libro importante». No es imposible, desde luego. ¿Y qué es lo importante ahora?

       Hace poco me encontré en TikTok con @lufloro1; en Twitter es @lufloro, Lufloro Panadero, «escritor, locutor de radio y decimero», según reza ahí. Conocedor avezado de la versificación en lengua española (no en balde lo de «decimero»), tiene una considerable cantidad de videos publicados en los que se dedica a explicar, con claridad asombrosa, admirable capacidad de síntesis, agradecible sentido del humor y, sobre todo, con agudeza y sensibilidad, las complejas operaciones intelectuales y artísticas que hay detrás de la concepción de poemas y canciones, desde Sor Juana y Xavier Villaurrutia hasta Shakira o Los Tucanes de Tijuana, o desde Juan Gelman y San Juan de la Cruz hasta el examen acucioso de los secretos técnicos de «Chilanga Banda», de Jaime López, o de «Una gatita que le gusta el mambo». Con cientos de miles de interacciones y likes (el de la gatita tiene casi medio millón), cada video es una explicación al mismo tiempo rigurosa y fascinante de algo que tal vez muchos usuarios de TikTok difícilmente llegarían a encontrarse de no ser así. Y algo sin duda importante, si convenimos en que la poesía lo es —@lufloro1 y sus seguidores parecen estar de acuerdo en eso—. (Hay otros casos, como el de @nochaveznada, ensayista y lingüista de gran lucidez y pertinencia, que me inclinan a pensar que TikTok está haciendo más por la juventud de los mexicanos que lo que ha hecho la Secretaría de Educación Pública en toda su existencia).

       En su plática del martes, Baricco también se puso a hablar de la Ilíada. Y el silencio maravillado del público que lo escuchaba era la demostración, quise creer, de que lo verdaderamente importante siempre encontrará la forma de prevalecer.

J. I. Carranza

Mural, 29 de enero de 2023.