¿Eran previsibles las reacciones al suicidio del Licenciado? Tal vez no tenga sentido planteárselo así, en vista de lo imprevisible del hecho. Transcurrida una semana, y por más que hayamos ido asimilando la noticia, ésta no deja de parecer inverosímil y así la recordaremos siempre, con su brutalidad inapelable. Toda muerte es un escándalo y también el refrendo puntual de nuestra inagotable trivialidad: tanto poder para terminar así…
Resulta útil, sin embargo, examinar el tono general de esas reacciones, pues acaso así nos acerquemos a la explicación de que una figura como la del Licenciado haya sido posible en nuestra aturdida realidad. Entre las declaraciones concretas de gratitud —por ejemplo las de sus colaboradores directos— y los elogios desmedidos y arrebatados —como las cursis florituras de escritores frecuentemente agasajados en la FIL, llorosos tal vez porque presienten el fin de esos días de vino y rosas—, la despedida se ha decantado por la celebración de los logros del Licenciado en el campo de la cultura, en primer lugar, y enseguida por lo que hizo para extender las capacidades de la Universidad de Guadalajara, desde que fue rector y a lo largo de todo el tiempo en que siguió comandando al grupo cuya fuerza y perdurabilidad se asentaron desde aquel rectorado. El gestor cultural capaz de proezas de las que todos nos hemos beneficiado, por un lado, y por otro el universitario visionario bajo cuyas conducción y vigilancia amorosas la institución creció y prosperó.
Esas dos facetas le tienen asegurada al Licenciado la canonización laica que suele otorgarse a quienes acaban por quedar limpios de todo pecado: en el bronce de todo prócer se funden en partes iguales la memoria y el olvido. No es de extrañar, por eso, que las numerosas recordaciones que hemos leído estos días hagan el recuento de las obras y repitan lo importantes que son para la vida cultural de Guadalajara y de México y del universo entero, y al mismo tiempo admitan que el hombre detrás de esas obras pudo tener «claroscuros» o tener un «estilo» particular de ejercer su poder, pero como rebajando esos claroscuros y ese estilo a meras circunstancias incidentales y restándoles importancia. Sí, bueno, parecen decirnos esas recordaciones: el Licenciado provenía de un pasado turbio, hizo y deshizo valiéndose de una considerable opacidad, se granjeó lealtades y las puso al servicio de sus intereses (de su «visión») mediante un sistema de componendas y favores y castigos en el que muchos aceptaron participar por así convenir a sus propias carreras y fines, y él y los suyos dispusieron de la Universidad de Guadalajara como si se tratara de una empresa familiar, además de todo lo cual la vida pública del estado de Jalisco ha estado en gran medida supeditada a las conveniencias y a los contubernios y a las disputas de los querientes y malquerientes del Licenciado… ¡pero creó la FIL! ¡Qué sería de Guadalajara sin la FIL! ¡Quién como él, con esa altura de miras! Etcétera.
Es cierto que la actuación del Licenciado —su astucia, su intuición, su laboriosidad— fue decisiva para el desarrollo de todo eso que hoy se le reconoce. Pero conviene preguntarse por qué esa actuación hubo de configurar un sistema absolutista en cuyo centro ese solo hombre debía ser obedecido —y temido y reverenciado—, so pena de quedar radicalmente fuera de dicho sistema —poco se ha recordado estos días la intentona de Carlos Briseño de romper con los usos y costumbres de la UdeG—. En el ya largo conflicto entre la Universidad y el gobierno de Enrique Alfaro, el rector Villanueva no tuvo empacho en declarar, a mediados de 2021, que el Licenciado no tenía el control de la UdeG, y fue seguramente una de las cumbres de la simulación a que estamos tan habituados en esta tierra. Muchas veces, con muchos universitarios, la plática abordaba la gran interrogante: ¿y qué va a pasar cuando el Licenciado ya no esté? ¿«Después de mí, el diluvio»? Como bien ha observado Hermenegildo Olguín, junto con unos cuantos periodistas tapatíos un buen conocedor de toda esta historia, el suicidio del Licenciado fue su último acto político. ¿Por qué se ha planteado con toda naturalidad si debió dejar un heredero o las instrucciones precisas para que sus sobrevivientes supieran qué hacer?
El sentimiento de orfandad que sobrevuela se corresponde bien con la inmadurez democrática de esta sociedad, de la que la Universidad de Guadalajara es una maqueta, que precisa dejarse tutelar por líderes o caudillos o caciques —Federico Campbell, otro consentido de la FIL, llamó al Licenciado «el Cacique Bueno»—, a cuya voluntad se pliega y a los que retribuye con embeleso y veneración y sumisión, haciéndose de la vista gorda e ignorante, o a propósito desentendida, de que las cosas podrían ser distintas. De que, por ejemplo, buena parte de la Universidad de Guadalajara no debería malvivir en condiciones de indignidad, mientras al mismo tiempo prospera el legado del Licenciado. ¿Irá a cambiar algo de aquí en adelante? Habrá que ver, primero, en qué para la rebatinga que se va a desatar: el mensaje de unidad que se ha querido enviar suena un poco a aquella declaración de Villanueva: a simulación o a candor. O tal vez estén esperando todavía las órdenes de ultratumba. ¿Quién nos dice que no van a llegar?
J. I. Carranza
Mural, 9 de abril de 2023.