¿Va a ser la FIL el escenario de la batalla decisiva entre el gobernador de Jalisco y la Universidad de Guadalajara? Por más bravatas, desafíos, acusaciones, muecas y empujones que hemos visto, de un lado y otro, en los últimos días, tal vez lo que habría que preguntarse primero es si en verdad está librándose una guerra: si el ánimo de confrontación está emparejado con la voluntad de llegar, como se dice, hasta las últimas consecuencias (denuncias y juicios políticos, por ejemplo, en virtud de que las invectivas que intercambian los contendientes tienen nombres y apellidos). O si más bien se trata de una exhibición recíproca de supuesto poderío, que sólo envuelve meras ojerizas y ambiciones, sin intenciones auténticas de hacer valer la ley.

      De acuerdo: en los hechos, como hemos visto, el gobernador, gracias a su potestad de facto sobre el Legislativo local, tiene el control de los dineros que la Universidad obtiene del erario (obtiene dineros también de otros modos, por ejemplo cobrando la entrada a la FIL: por poquito que sea, algo ha de contar). Y, en los hechos también, y como también hemos visto y seguiremos viendo, la Universidad puede movilizar a gran parte de su población, que no es poca cosa, para que salga a las calles y se manifieste y le lance porras al rector (es llamativo que el propio rector eche a andar el coro en los mítines, gritándose a sí mismo con el micrófono: «¡No estoy solo!»). Pero, más allá de los recortes y de las marchas contra los recortes, ¿hay una intención real, por parte del gobernador, de arreglar las que, según sus dichos, son las causas del mal uso de los recursos en la UdeG? ¿Y hay una intención real, por parte del rector y del archisabido grupo que rige la existencia de la Universidad, empezando por el Licenciado, de socavar o ponerle freno a lo que, según sus dichos, es el autoritarismo del Ejecutivo estatal?

      No parece probable. Ni de un lado ni de otro se ve que haya más que mala retórica, amagos y fintas, calificativos y desplantes con que se retan y se caricaturizan y dizque se enchilan y chillan y se les traba la quijada. En un puntual hilo de Twitter que publicó el viernes, el periodista Agustín del Castillo (@agdelcastillo) hizo algunas observaciones, a mi modo de ver muy certeras, acerca de las intenciones transexenales del gobernador y del relativo contrapeso que tiene en la UdeG (y del que querría deshacerse). Señala Del Castillo, por ejemplo, que «Alfaro podía haber puesto reglas serias al presupuesto que le da a la UdeG para cerrar llaves a muchos abusos, reforzar obligaciones de servidores públicos, negociar reglas claras para becas de estudios. Pero ésa es una vía institucional. Él quiere ser el héroe de la película». A esto habría que agregar cómo, en su historia reciente (ni tan reciente: ya dura más que el Porfiriato), la Universidad ha sabido acomodarse muy bien al sofisticado sistema de lealtades y connivencias que, bajo un mando omnímodo e inatacable, hace impensable ningún propósito serio de reforma. Y, aunque ciertamente la Universidad de Guadalajara sea una institución indispensable en la vida del estado y del país, y aunque sus frutos sean abundantes y de ellos nos hayamos beneficiado millones, y aunque su vida esté animada por miles de universitarios que trabajan con denuedo, integridad, creatividad y amor por la educación y por la generación de conocimiento y por la necesarísima reflexión crítica, no le interesa a ese sistema cambiar. Así que ni a cuál irle.

      Volviendo a la FIL, es una vergüenza que la hayan convertido en un tinglado para su coreografía de rebozazos y berrinches. Todo lo que debería dar sentido a la realización de la feria, empezando por el encuentro entre el público y la cultura, queda salpicado por las rebatingas de los políticos y apestado por sus miserias; la atención que concitan sus fanfarronerías sólo estorba a la que deberíamos prestarle a otras cosas (por ejemplo a los libros), y, peor aún: sus disputas y sus marrullerías, aunque no vayan a cuajar nunca en una sociedad más justamente gobernada ni en una Universidad más democráticamente organizada, sí amenazan con debilitar a la feria y hasta con extinguirla: no se olvide que, más allá del pleito entre el gobernador y el Licenciado, y de las repercusiones que este pleito pueda acarrearle a la viabilidad misma de la FIL, sigue fermentando la tirria personal que el Presidente de la República le tiene: nomás porque no se ha acordado (lo tiene muy ocupado su marchota), pero en cualquier rato da el manotazo para suprimirla. Aunque tal vez no haga falta: ya aquéllos están llevándose a la feria entre las patas.

      Visto de modo optimista, quizá lo mejor que pueda pasarle a la FIL es el desaire de los políticos, que por fin dejarán de usarla como la deplorable pasarela que durante tanto tiempo les ha permitido lucir toda su mendacidad y sus hipocresías. Acaso esté verificándose una fatalidad largamente trabajada: si pasas toda una vida llenándote de porquerías, llegará el día en que tu salud acabe tan maltrecha que debas hacer cambios drásticos en tu estilo de vida —a ver si así, y con algo de suerte, consigues librarla—. Ojalá, por fin, la FIL se deshaga de sus vicios (como acoger tan generosamente a la fauna política) y adopte mejores hábitos. Podría empezar por desparasitarse.

J. I. Carranza

Mural, 27 de noviembre de 2022