Un escritor, novelista algo famoso, se ufanaba en entrevista de lo estupendamente que está llevando el encierro. Sí, concedía, habrá a quien le resulte más problemático, pero a él le venía muy bien aislarse, sumergirse en los libros que lee y en los que escribe. Hasta ahí, todo bien: después de todo, es un oficio para el que la soledad y el apartamiento es condición idónea, si no indispensable… Aunque no para todo mundo. El italiano Antonio Tabucchi necesitaba trabajar en medio del bullicio, por ejemplo en un café, pues su imaginación difícilmente podía ponerse en marcha sin oír las voces que lo rodeaban. Acaso porque atenúan la soledad de ese oficio de solista, cafés y cantinas han sido, desde que existen, los espacios naturales para quienes, al acudir a ellos, se aseguran de no desaparecer por completo, devorados por la página en la que se obstinan.

(A propósito de soledades: en estos días raros han menudeado las recomendaciones para aprovechar la cuarentena leyendo: editoriales, autores, promotores, cuentacuentos, profesores, incluso gente de la farándula o del deporte, hacen circular libros y sugerencias, y, desde luego, tiene mucho de encomiable ese movimiento. Pero el otro día una alumna, con quien he tenido que estar salvando el semestre a la distancia, me hizo ver la que sea quizás la razón más importante para volvernos hacia la literatura: si no podemos encontrarnos con los otros en la calle o en una conversación cara a cara, las páginas de un libro sirven para recordarnos que esos otros ahí siguen).

Vuelvo a la entrevista del novelista famosito. Todo iba bien, decía, hasta que leí que estaba comparándose con Montaigne. Ya se sabe: encerrarse en la biblioteca, dar la espalda al mundo. Y entonces me cayó pésimamente mal. Primero, porque el apartamiento de Montaigne no fue —como dice la leyenda— definitivo. Hasta sus últimos días siguió entrando y saliendo de su torre. Segundo, porque al meterse a su biblioteca, lo que hizo fue precisamente ingresar plenamente al mundo. (Por cierto, Montaigne fue reelecto alcalde de Burdeos luego de que la primera vez abandonara el cargo huyendo de la peste. Algo habrá hecho bien). Tercero: porque nadie puede ser Montaigne.

 

J. I. Carranza

Mural, 2 de abril de 2020