La libertad de expresión, vuelta megalomanía regañona en las redes.

 

Las redes sociales se han convertido en enjambres cuyo zumbido amenazador debería bastar para mantenernos a prudente distancia. Con sólo testerearlos un poco se desata en ellos una furia incontrolable, y, sin embargo, allá vamos, a meternos de cabeza. Desde hace rato ha venido usándose el término shitstorm (tormenta de mierda) para describir lo que puede pasar ahí (la Fundación del Español Urgente recomienda usar «linchamiento digital», pero a mí me parece que, paradójicamente —un linchamiento no puede ser peor que aventar caca—, esta expresión atenúa la realidad de lo que ahí sucede). Ya se sabe: ha habido vidas y carreras destrozadas luego de que el enjambre se ensañara con ellas. Pero, lo dicho, ahí vamos a meternos una y otra vez.

Es posible que aquello que parecía emocionante de las redes, que era la libertad de expresión que vehiculaban, haya adoptado una forma inédita trazada por la megalomanía de sus usuarios al descubrir los alcances que podían tener sus pareceres. Si millones pueden prestarte atención, la humildad seguramente irá resultándose cada vez más una cosa incomprensible. Y es que decir lo que uno piensa no es ya meramente eso, sino también afirmar que lo que uno piensa es importante. Es lo más importante, y los demás deberían pensar así. Y lo que a mí no me divierte no tendría por qué divertirte a ti. Y lo que a mí me preocupa, a ti debería tenerte absorto. ¿Crees otra cosa? Entonces me dejo ir contra tu ridícula y retrógrada e ignorante y miserable opinión.

Por ejemplo, durante la pasada entrega del Óscar. Yo me quedé con la impresión de que, más abundantes que los tuits que contenían chistes o memes, fueron los que los censuraban o reprendían, y también los que mandaban de qué no había que reírse. (Caso especial fue el de un periodista indignadísimo y rabioso porque Guillermo del Toro no hubiera gritado «¡Viva México!», como él, el periodista, desde su altísima estatura moral y su broncíneo patriotismo, decreta que debería hacerse en semejante ocasión). De modo que los enjambres ya no sólo se alocan y avientan caca y uno puede acabar todo picoteado: ahora tampoco es posible librarse de acabar regañado por la osadía de encontrar algo chistoso.

 

@JI_Carranza

 

Publicado el 8 de marzo de 2018. Sección Cultura, Periódico Mural