Salvo por muy contadas ocasiones en la vida que permiten sospecharlo, es imposible saber en qué versión de la historia quedará enmarcada nuestra comparecencia en este mundo: cuando el olvido termine de hacer el trabajo empezado por la muerte y ya no quede rastro de lo que fuimos, el relato de nuestro tiempo apenas estará por comenzar a tomar forma, y faltará mucho todavía para que esa forma adquiera una cierta definitividad, que a su vez no será sino la solidificación de aquel olvido. Las precarias suposiciones que nuestra imaginación puede fabricar acerca de los hechos, las razones, las emociones y el destino de un solo individuo sepultado por los siglos son la prueba de que terminará en nada lo que hoy tanto nos atarea.

      Pero pasa que una o dos o tres veces nos tocará presenciar una inflexión decisiva de la historia. ¿Dónde estábamos hace veinte años, cuando se estrelló el primer avión? ¿A dónde corrimos para encontrar una pantalla y ver el estallido del segundo? Las imágenes de aquel día acudirán, nítidas y sonoras y sin falla, mientras nos quede vida o algo no nos borre la memoria. Y también las impresiones de lo que sentimos conforme fuimos enterándonos de detalles y, luego de ver los desplomes en vivo, al vernos en la necesidad de hacer algo con nuestra incredulidad.

      No es seguro que el mundo, en estos veinte años, haya cambiado como suponíamos que cambiaría. Tal vez nuestros pronósticos más funestos, a la distancia, parezcan ingenuos. Hace apenas unos días terminó la guerra desatada por las ansias de venganza del gigante herido, y es evidente que fue estúpida e inútil. ¿Y el que osó herir al gigante? Nos contaron que arrojaron su cadáver al mar, y jamás lo vimos. A lo sumo lo recordaremos siempre al quitarnos los zapatos o tirar una botella de agua antes de subir a un avión. La generación que nació después de que se apagaron los rescoldos y retiraron las montañas de vigas retorcidas está ya lista para hacerse cargo de una realidad que, quienes ya estábamos aquí entonces, no hemos sabido sino empeorar.

Hace veinte años vimos alzarse sobre una mañana límpida del final del verano el rostro en llamas de la historia. Ojalá que nunca nos toque verlo otra vez.

J. I. Carranza

Mural, 9 de septiembre de 2021.