El Fondo de Cultura Económica va a regalar millones de libros: cien mil ejemplares de cada uno de los veintiún títulos presentados por el director del FCE, Paco Ignacio Taibo II («Se las metimos doblada, camarada»: lo siento, siempre que me encuentro con este nombre me viene a la cabeza aquella melodiosa expresión). El acto tuvo lugar hace unos días, en una mañanera, ante el beneplácito evidente del Presidente, quien tuvo a bien lanzar esta aguda observación: «Es muy importante, sobre todo en las nuevas generaciones, en los jóvenes, que se afiance el hábito de la lectura aun con todo el bombardeo que hay de medios electrónicos y lo simplista que resulta ver solo lo básico, las reseñas, la superficie y no ir al fondo». Bueno.
Como pronto hizo ver Tomás Granados Salinas, conocedor serio del mundo editorial mexicano, y en particular de la participación del Estado —fue gerente editorial del FCE hasta que la 4T llegó y lo corrió injustificablemente—, es falso que se trate de la «operación más grande de distribución que ha habido en América Latina de regalo de libros», como afirmó Taibo: para empezar, señala Granados, ahí están los libros de texto gratuito que cada año reciben los escolares mexicanos. Pero ya se sabe: si algo no escasea en la 4T es el alarde ni la faramalla —mientras escribo esto, veo las imágenes de unos gaseros que llegan a la mañanera cargando unos cilindros para regocijo del Presidente.
Por otro lado, también es cierto que el monto destinado a esta operación habría sido mejor invertirlo en «estimular muchos de los eslabones de nuestra famélica cadena del libro, expresamente abandonada por la Secretaría de Cultura», como indica Granados. Pero a mí lo que más me irrita es esto: la selección de los títulos. Sólo uno es del siglo 21: el de Monsiváis. El resto, obras de prestigio, sí, pero prestigio empolvado, un amasijo de lugares comunes —y, además, casi en su totalidad disponible en bibliotecas y en línea—, cuyo armado sólo puede obedecer a una visión muy obtusa de la lectura (y de la literatura y de la historia), o, lo que es más probable, a la descarada intención de adoctrinar. Que se regalen libros, sí, de acuerdo. Pero ¿por qué éstos, precisamente?
J. I. Carranza
Mural, 2 de septiembre de 2021.