Nacido en 1936, el doctor Francisco González Crussí se reencontró con la literatura, una vocación de juventud, al cumplir medio siglo de edad.

Hasta entonces se había consagrado a la patología pediátrica, donde construyó una reputación afirmada en publicaciones especializadas, universidades y hospitales de Estados Unidos, país al que emigró poco después de haber concluido sus estudios en la UNAM.

Allá, en 1986, publicó su primer libro de ensayos, Notas de un Anatomista, escrito originalmente en inglés, como buena parte de su obra; tendrían que pasar algunos años para que el Fondo de Cultura Económica lo tradujera, pero la recuperación de aquella vocación ya estaba dando más frutos, y no ha dejado de darlos: al menos otros 15 libros a la fecha. Sus asuntos principales: el cuerpo y sus extremos, la vida y la muerte. Nada menos.

Yo tengo para mí que es el mejor ensayista vivo que hay en México, y lo creo por dos razones, principalmente: una, que es un autor cuya enorme erudición está al servicio de una curiosidad infatigable que lo hace plantearse preguntas formidables, a cuya satisfacción se aboca con la capacidad de quien no sólo posee un gran conocimiento, sino que sabe cómo encontrar y aprovechar las relaciones entre todo lo que sabe.

La otra razón es su estilo: en una entrevista de 2014, González Crussí contaba cómo, justamente a los cincuenta años, comenzó a leer «sistemáticamente y con mucha atención sobre todo a autores ingleses del siglo XVIII, ensayistas como Steele y Addison y hasta poetas como Alexander Pope, también al novelista Henry Fielding». Ese aprendizaje se trasminó en una prosa en la que la búsqueda de precisión se traduce continuamente en hallazgos poéticos que tienen lugar al tiempo que vamos enterándonos, sin falla, de cosas asombrosas: así, el impulso para la lectura es siempre una incesante fascinación.

La Academia Mexicana de la Lengua acaba de distinguir a González Crussí con el Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña. No es, claro, que a un autor como él -un sabio, un clásico-, le hagan falta honores. Pero a México sí le hacía falta reconocerlo. Ojalá que sus libros circulen cada vez más.

 

J. I. Carranza

Mural, 21 de noviembre de 2019