Tras haberla oído varias veces en la radio seguía sin poder entenderlo. Luego vi el video, y menos. ¿Por qué una canción como «La boa» se usa ahora para anunciar a la Comisión Nacional de Derechos Humanos? Conjeturo que la explicación no tendría que ser demasiado intrincada, pero de todos modos me deja en la perplejidad original: algún creativo habrá discurrido que, al aprovechar lo pegajoso de la pieza, se facilitaría enterar al público de la existencia de la CNDH y alentarlo a recurrir a ella. No dudo de que pronto nos aprendamos la nueva letra: con esa música, que ya traíamos tatuada en la zona del cerebro donde se registran los códigos identitarios de lo mexicano —y la música de la Sonora Santanera tiene mucho de eso, por más que alguien se fresee y quiera zafarse—, las palabras que han sustituido a las anteriores pronto estaremos entonándolas sin dificultad. El problema es que esas nuevas palabras son espeluznantes. Por ejemplo: «Las víctimas de trata / lo saben, lo saben». O no nos vayamos hasta allá todavía: el comienzo dice «Quién en esta vida no ha pasado / por la triste situación / de ver sus derechos mancillados / sin saber que hay solución».

¿Qué es eso? Quien acude a la CNDH lo hace porque ahí espera encontrar la última posibilidad de obtener justicia, sobre todo en este país donde la ley la cumple quien quiere y la autoridad es por lo general omisa, inepta o adversa. Y corrupta y perversa. Se trata, entonces, de víctimas. Siempre. Y, en incontables casos, víctimas de cosas horribles, se diría que inenarrables si no presenciáramos, todos los días, de qué modos tan atroces se pisotean los derechos de las personas. En el video de la campaña se ve a la gente bailando muy feliz mientras los de la Santanera cantan: «Quien perdió a un amigo / lo sabe, lo sabe». ¿Y qué se supone que sabe? Que la CNDH le va a ayudar.

Hay algo muy siniestro en poner así a bailar a la desgracia. «La boa», compuesta por Carlos Lico, ensalzaba a un bailarín mítico y en su estribillo desfilaban los oficios con que se trazaba un fresco muy rico de la cultura popular. Servía, hasta ahora, para la alegría más pura. Ahora la han convertido en la pista musical de nuestra esquizofrenia.

 

J. I. Carranza

Mural, 14 de noviembre de 2019