¿Qué atareaba nuestra inservible atención el día que masacraron a la familia LeBarón? ¿Con qué quiso, esa mañana, el habitante de Palacio Nacional que nos ocupáramos? ¿Cuál fue el asunto que encendía los ánimos de un lado y otro —sólo parece haber dos— de la cancha política, cuál era la levadura de nuestro embotamiento, la pasta indigesta con que tocaba ese día que se atragantaran nuestra abulia o nuestra irritación? ¿Qué materia se suministró ese día a las redacciones de periódicos y de noticieros, a las mesas desganadas de los comentaristas y analistas, a los hervideros pestíferos de las redes? ¿Cuál, en fin, estaba siendo ese día el interés noticioso desplegado, como cada mañana, en el deficiente stand-up madrugador que mezcla homilía, diatriba, payasada y naderías? Ese día, antes de saber del nuevo colmo del horror que nos aguardaba, de lo que estábamos hablando era de los bots: de cómo la supuesta conversación pública está infestada por maquinarias que, de un lado y de otro —pues sólo parece haber dos—, funcionan para distorsionar la realidad.

Pero la realidad es muy terca. Y no tardó en imponerse con las primeras noticias que llegaban directamente del infierno. Supimos los detalles, vimos las imágenes de lo que en cualquier otro lugar que no sea este país sería inconcebible —México es un delirio sostenido donde hace tiempo dejó de existir lo inconcebible—, fuimos conociendo los hechos y nuestra imaginación tuvo, una vez más, que abrirle espacio a nuevas posibilidades de la pesadilla.

¿Y de qué vamos a ocuparnos hoy, mañana, la semana que entra? ¿Qué cuentos y qué estupideces va a poner delante de nuestra atención atrofiada la agenda que dictan los distintos órdenes de gobierno, la que aprovechan los medios, la que atesta los pantanales del prejuicio y el odio que pueden ser las redes, la que sirve tan bien a la perpetuación del estado de las cosas? ¿Con qué nos vamos a entretener? ¿Con qué estamos entreteniéndonos ahora mismo? ¿Cuál es el tema con el que nos amanecimos esta vez? ¿De qué vamos a hablar y a discutir —es un decir— y qué va a dizque preocuparnos y cuál es la sarna nacional que hay que rascarnos mientras llega el siguiente reporte del infierno?

 

J. I. Carranza

Mural, 7 de noviembre de 2019