Según yo, toda idea que nos hagamos de la idiosincrasia estará configurada, en última instancia, por la superstición: lo que creamos que somos los mexicanos no tiene más fundamento que nuestro deseo de creerlo. Si pensamos, por ejemplo, que nos define el trato insolente con la muerte, ese rasgo se asienta en nuestra convicción porque nos gusta pensar que somos así. Aunque se trate de peculiaridades poco halagüeñas, las abrazamos como si en efecto no pudiéramos existir sin ellas, y por eso puede prevalecer sin dificultad la suposición de que la transa forme parte constitutiva del carácter nacional. En cualquier caso, como suele ocurrir con las generalizaciones, la inutilidad de aludir a la idiosincrasia se demuestra con el reconocimiento de las excepciones: ni todo mundo es trácala ni a todo mundo sale corriendo estos días a comprar cempasúchiles.

No sé, entonces, si tenga mucho sentido ponerse a defender una fiesta como el Día de Muertos (que, además, ha ido afirmándose gracias a que Hollywood así lo quiso, con James Bond primero y luego con Coco, y gracias también a su atractivo folclórico y turístico) ante la celebración de Halloween. Total, tanto da una ocasión como otra si lo que uno quiere es una ingesta excesiva de azúcar, sea en forma de pan o de bubulubus vencidos. Pero sí me intriga el hecho de que haya dado en «festejarse» la Noche de Brujas apedreando minibuses. ¿En qué se origina esa nueva «tradición»? Como si fuera inevitable, ya se prevé que hoy el transporte público dejará de circular en las zonas más peligrosas luego de que se ponga el sol y que los ayuntamientos pondrán patrullas a darle aventón a la gente que se quede sin forma de llegar a su casa. O quizás sí es inevitable. ¿En qué momento a alguien se le ocurrió que es divertido aterrorizar así a la población? ¿Y por qué ha cundido esa práctica? ¿Hay algún vínculo que la antropología pueda explicar entre el mundo de las brujas y esta forma de salvajada?

No hay costumbre popular que no tenga a la vez algo entrañable, algo misterioso y algo absurdo, y muchas veces algo ridículo. Ésta sólo está hecha de estupidez y de maldad. Ojalá a nadie se le ocurra justificarla en nombre de la idiosincrasia.

 

J. I. Carranza

Mural, 31 de octubre de 2019