A mediados de los años noventa, con la publicación de El canon occidental, Harold Bloom desencadenó una polémica que de cuando en cuando vuelve a animarse. Para resumir muy groseramente su empresa, lo que Bloom se propuso con aquel libro fue establecer, de una vez por todas, a qué autores debemos leer en la vida. No era sólo eso lo que tenía en mente, desde luego: más que el listado que hizo, lo que importaban eran las justificaciones que adujo para cada uno de los figurantes en su lista. Y más todavía importaban los motivos de que Bloom se hubiera metido en ese trabajo. El libro pronto comenzó a ser discutido, y atacado, a partir de la consideración de su aspecto más conspicuo: ¿cómo se atrevía el autor, un profesor y crítico literario, a decirnos qué vale la pena y qué no? Por muy erudito que fuera —y Bloom lo fue: un lector colosal, dueño de un conocimiento profundo de la tradición occidental—, por muy bien urdidos que estuvieran sus argumentos, ¿quién era él, o quién era nadie, para establecer la valía de esa constelación de escritores en cuyo centro, para colmo, había colocado a Shakespeare como el astro insuperable que ilumina a todos los demás?
Aunque la lista pueda ser discutible, su sentido, y el de la obra toda de Bloom, estriba en la constatación de las dos razones, ésas sí indiscutibles, que guiaron al autor para proponer a sus lectores una comprensión radical del sentido mismo de la lectura de literatura, sobre todo en un mundo enemigo de ésta (leer novelas y poemas es una actividad de suyo incompatible con las demandas de productividad con que ese mundo nos agobia). Una, que leemos porque estamos solos: aun los seres que tenemos más cerca pueden llegar a faltarnos, o a fallarnos. Pero los libros siempre estarán ahí. La otra razón es: leemos porque nos vamos a morir. Nuestro tiempo es limitado, y mediante la lectura podemos amplificar los límites de nuestra vida. Así que más nos vale elegir del mejor modo lo que leemos.
Harold Bloom ha sido muy odiado por oponerse a las modas del pensamiento, a la corrección política, a la hipocresía. Sus razonamientos centrales, sin embargo, seguirán destellando en la imaginación de cada uno de sus lectores.
J. I. Carranza
Mural, 17 de octubre de 2019