Se murió José José, caray. Llevaba mucho tiempo malito, así que tampoco puede decirse que nos tomara de sorpresa. De todos modos, bueno, qué triste. Y qué triste vida, ¿no? Tanto talento, tantos triunfos, y también tanta calamidad. ¿Cuántos años su voz sólo fue el lastimero crujido que servía ya sólo para hacer declaraciones trabajosas delante de los micrófonos, necios en ponerse delante de ese cuerpo que iba consumiéndose? (¿Desde hace cuánto hemos venido usando el meme maldoso donde se ve todo retorcido, y por qué sólo hasta ahora parece habernos remordido la conciencia y lo guardamos?). Sospecho que, en este país de pavores morales, ese destino amargo de alcohólico que nunca dejó de sufrir las secuelas de su enfermedad ha servido, sobre todo, como admonición para prevenir a los beodos que no quieran enmendarse. Y sus canciones, esa lírica hecha de amores audaces o ilícitos, desventurados o hastiados («hasta la belleza cansa»), perplejos («Fui bajando lentamente tu vestido […] al mirarte me sentí desengañado»: ¿pues qué se encontró?) o nomás tercos, o patéticos, principalmente han mecido los corazoncitos maltrechos de infinitos enamorados —tengo la sospecha de que es música que sobre todo sirve para oírse en un estado de despecho, de febril arrobamiento aturdido o de rencor sarnoso, y que por eso se suele entonarla a gritos y en coro y al final de la fiesta.

Lo más extraño es que no haya podido morirse y ya. Bueno, no «y ya»: era comprensible que hubiera revuelo, que los periódicos sacaran su fotota, que la tele pusiera a correr las retrospectivas y se desempolvaran las entrevistas y todo el material que hubiera, que de inmediato empezara a sonar su voz por todos lados y que nos pusiéramos a ver una y mil veces el video de «El triste»). Pero los desfiguros de los hijos, el melodrama estrambótico que armaron, ¡que el cadáver estuviera perdido dos o tres días!… Y esto: que asegurar la lamentación del pueblo se convirtiera en tema de seguridad nacional, pues hasta intervino el Canciller y mandaron un avión de la Fuerza Aérea para traerse un puñado de cenizas. Quizás no era para menos, no sé: quizás, en efecto, era el último. Porque ¿quién más podrá morirse así?

 

ji

Mural, 10 de octubre de 2019