Treinta y tres años después de estreno, el recuerdo de la telenovela Cuna de Lobos, para quienes entonces teníamos uso de razón, es imborrable. Acaso hayamos extraviado algunos pormenores de la historia, pues, aunque ciertamente era menos intrincada que truculenta, sí daba giros que es difícil reconstruir: yo, por ejemplo, imaginaba que el personaje de Carmen Montejo era una de las primeras víctimas mortales de Catalina Creel (María Rubio), pero no, nomás le dio una embolia. En todo caso, retenemos lo más importante: una intriga que mezclaba codicia, engaño, traición, amor estúpido —el que le profesaba la víctima (Leonora, Diana Bracho) a su victimario (Alejandro, Alejandro Camacho)—, un retorcido complejo de Edipo (el hijo de Catalina, encarnado por Gonzalo Vega, que era en realidad su hijastro, no se perdonaba haberle botado un ojo a su mamá), y, sobre todo, la mente criminal de la villana, capaz de cualquier maldad por proteger a su chiqueado (Alejandro), por aplastar al entenado y por asegurarse de que la fortuna quedara en familia. Es esto, creo, lo que más se nos quedó incrustado: la asesina del parche en el ojo.

El país se paralizaba para ver, cada noche, a qué extremos llegaría Catalina Creel. Supongo que eso sucedía, en parte, porque estábamos presenciando uno de los momentos más altos que alcanzó la televisión mexicana: una historia que funcionaba, que estaba bien contada, a cargo de un buen reparto. Era, claro, muy divertido jugar a creérselo todo, y también creo que entonces prevalecía una cierta inocencia que, a lo largo de estas tres décadas de desastre nacional, ha quedado disipada por completo: quién va a espantarse ahora por las fechorías de una villana imaginaria, cuando hay tantas atrocidades para dar forma a nuestras peores pesadillas. Pero, además, era posible porque no había mucho más de dónde escoger: el imperio de Televisa sobre nuestra imaginación y sobre nuestra educación sentimental alcanzó entonces su cima gracias, sobre todo, a que no tenía competencia (y, claro, a que el PRI lo dejó prosperar a placer). ¿Qué tal irá a estar la nueva versión? Así sea soberbia, el fenómeno no se repetirá. Haría falta volver a aquel tiempo en aquel país.

 

J. I. Carranza

Mural, 3 de octubre de 2019