Por lo que he sabido, son cada vez más las escuelas que piden no forrar libros y cuadernos ahora que está por comenzar el año escolar. Cuando nos enteramos de esa nueva medida, nuestra alegría tuvo que abrirse paso a codazos ante la incredulidad. ¡Adiós a las horas de vacaciones desperdiciadas con la mesa del comedor atestada con útiles y reglas y cúteres y tijeras! ¡Nunca más la frustración horrenda que sólo conocen quienes tienen que luchar cuerpo a cuerpo contra los metros de esa materia indócil y cruel que es el plástico autoadherible! ¡Y las burbujitas! ¡Ya no sufriremos por esas burbujitas malditas que, por más que se alise y se aplane y se sobe y se haga todo en cámara superlenta, siempre terminan inflándose en la portada del libro de Español!

Entiendo que la medida tiene una inspiración ecológica, pues ciertamente se habrá de evitar con ella el uso de toneladas y más toneladas de plástico —que, además, no es nada barato. ¿En qué momento se popularizó el Contact? Yo recuerdo que mi primaria hacía negocio vendiendo sus propios forros para libros y cuadernos, hechos a la medida —sólo había que usar cinta adhesiva— y de cartulina delgadita. Claro que no servían para nada: a las pocas horas se rompían. Desde luego, esto fue en la prehistoria. Aunque, si me voy más para atrás, mi papá contaba que a su escuela elemental acudía armado sólo de una pizarra y del silabario. ¿La multiplicación de tiliches para estudiar ha redundado en una mejoría de la educación? 

Pero me desvío. A lo que iba es a que, además del ahorro y de la salvación del planeta (ya me ocuparé en otro momento de los malentendidos que incuba la comprensión chantajista de nuestra responsabilidad en ese tema), en la decisión de las escuelas hay un argumento más, que me parece muy razonable: al no estar protegidos los libros y los cuadernos, sus dueños deben hacerse responsables de cuidarlos. Hasta ahora, si a la creatura se le volcaba el chocomil cuando estaba haciendo la tarea, el plástico ayudaba a contener un desastre irreparable. Ahora, la creatura tendrá que ponerse más trucha. Y creo que ésa es una gran ganancia. Porque el amor por los libros incluye, también, el respeto que se merecen.

 

J. I. Carranza

Mural, 22 de agosto de 2019