Tras los recientes tiroteos en El Paso y Dayton, Neil deGrasse Tyson lanzó un tuit en el que comparaba la cantidad de personas asesinadas (34, en ese momento) en el transcurso de 48 horas con las muertes ocasionadas, en el mismo tiempo, por errores médicos, enfermedades prevenibles, accidentes automovilísticos y también con los homicidios cotidianos por armas de fuego y con los suicidios. Y concluía: «A menudo, nuestra emoción responde más al espectáculo que a los datos». De inmediato se desató un alud de reacciones que encontraron inadmisible la observación. Una, entre las más sensatas que vi, señalaba el hecho de que todas esas muertes que deGrasse Tyson sumaba no son causadas por un solo hombre armado, como sí ocurrió en cada una de las masacres citadas. Puede parecer asombroso que el autor del tuit no hubiera reparado en eso.

DeGrasse Tyson es uno de los divulgadores científicos que más visibilidad gozan, y ya desde hace un rato: cuando asumió la empresa de recrear la serie Cosmos, un hito en la divulgación científica que marcó decisivamente a una generación, el astrofísico encaraba el reto de estar a la altura de su predecesor y maestro, Carl Sagan. La presencia que desde entonces ha tenido en los medios lo ha colocado en el centro de numerosas polémicas, muchas de ellas ociosas (sus críticas a la acuciosidad científica de algunas películas, por ejemplo), y también ha sido señalado como acosador sexual y como violador. Pese a esto último, ha disfrutado en general del aprecio del público, y su trabajo de defensa y promoción de la ciencia habrá podido beneficiarse de ese aprecio.

¿Por qué, entonces, tuiteó eso? Una muestra de incapacidad para la compasión, una exhibición de altanería y desdén, una crueldad. O, quizás, meramente una mala ocurrencia. El caso puede ser aleccionador: tuiteó esa estupidez porque pudo hacerlo (nada más a nuestro alcance que esos amplificadores malévolos de nuestro parecer que son las redes), y también porque no supo resistirse a hacerlo. Pudo haberlo meditado un poco, pudo haber sopesado el sentido de sus palabras. Pero no lo hizo. Y es que la instantaneidad de los medios de que disponemos a eso nos impelen: a no pensar las cosas.

 

J. I. Carranza

Mural, 15 de agosto de 2019