«Austeridad» es la palabra mágica de estos tiempos: se la pronuncia con reverencia, con solemnidad, y en boca de los «transformadores» es un ensalmo mediante el cual se reparará toda injusticia. Aunque, más bien, esos que desde sus posiciones se sueñan próceres de la patria usan la palabrita para enmascarar dos cosas: sus ansias de revancha (que no queden vestigios de quienes los precedieron) y su ineptitud para operar lo que les cayó en manos. En los terrenos de la cultura —y en todos los demás también, pero quedémonos en éstos—, los funcionarios de la nueva administración federal —y en las de los otros niveles también, pero lo mismo— han llegado a arrasar con lo que había, pero sin saber qué poner a cambio: de ahí que, desde los primeros días de este sexenio, se hayan multiplicado las improvisaciones y los disparates. El caso de la semana es el Programa Tierra Adentro. Una de las instituciones culturales de las que más se han beneficiado los jóvenes en este país a lo largo de casi medio siglo, y llega un ocurrente a descomponerlo todo (o un dictadorcito, más bien, porque ésa es otra: nomás se vieron instalados y se les desató la sed insaciable de control).

Y todo en nombre de la supuesta austeridad, en este país de multimillonarios que saben bien cómo eludir impuestos, de burocracias y partidos políticos que siguen y seguirán siendo pantagruélicos, de derroches insospechables en propaganda y publicidad oficial, de desfalcos que quedarán por siempre impunes, de cacicazgos sindicales intocables, etcétera.

Uno oye la palabrita y la relaciona, de inmediato, con ahorro, con prudencia económica, con evitación de gastos innecesarios. Pero resulta que la primera acepción que da el diccionario al adjetivo «austero» (como este gobierno quiere ser) es «Severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral». Entonces todo cobra más sentido, dado que el cimiento ideológico más macizo del gobierno en turno está fraguado con el discurso de la renovación moral de la sociedad, ese supuesto empeño del que el líder no se cansa de alardear (supuesto, porque hay que ver cómo no le importa fumigar a fondo, más bien va a dejar que tantos bichos sigan medrando como les dé la gana).

 

J. I. Carranza

Mural, 20 de junio de 2019