Para la edición 2023 de la FIL, en México el ambiente político va a estar todavía más enturbiado que hoy. Lo que nos queda de concordia estará resquebrajándose gracias a la soberbia de unos y las ansias de revancha de otros, y si a eso sumamos que la paz no tiene para cuándo llegar y la violencia y la inseguridad y la inflación no tienen para cuándo irse, el horizonte se ve bastante renegrido. ¿Se trabaja ya, en la Universidad de Guadalajara —es decir, en los cuarteles del Licenciado—, para garantizar que la feria resista los embates de sus enemigos declarados? Porque lo más seguro es que van a arreciar. Entre la tirria maniática del presidente de la República y los rencores fúricos del gobernador del estado, no va a ser nomás cosa de recabar declaraciones melosas e insustanciales de los intelectuales que apoyan a la FIL (qué revueltos tiene los cables López Obrador, por cierto, que llama «intelectuales orgánicos» a los que se oponen a su movimiento, cuando más bien ese término les conviene a quienes integran su coro devoto).

       Tal vez las razones para la supervivencia de la feria estén dadas, antes que por su carácter como festival cultural y como foro multiusos para el debate, por el interés comercial de los expositores que vienen a vender libros y de los editores que acuden para negociar derechos de publicación. Mientras su participación siga resultándoles rentable, qué tendrían que importar los pleitos de los políticos: que se den con todo, siempre y cuando el dinero no deje de moverse. Hoy, por cierto, se presenta El rey del cash.

      Quiero creer que este viernes de venta nocturna valdrá la pena sumergirse en el tumulto. El público comprador no falla, y yo sostengo que si hay expositores que se quejen de no haber vendido mucho, habrá sido porque no quisieron. O habrá que ver qué entienden por «mucho»: ¿un libro de mil 200 pesos o seis de 200? Ojo, nada más, con quienes inflan los precios para luego dizque dar un descuento de feria: no está de más comparar siempre con lo que cuestan los libros en Amazon y similares.

      Agradezco que este año no nos hayan rociado con orégano y que hayamos podido movernos más libremente, aun con los riesgos que eso supone todavía. También, que muchos políticos —como las corcholatas y demás bichos— se hayan abstenido de apersonarse. El programa, como siempre a estas alturas, va aguadándose cada vez más, pero no importa demasiado: la visita rendirá mejor si se dedica preferiblemente a descubrir libros (como siempre, lo más asombroso puede estar entre los libros infantiles). O pintándose las manos con garabatitos, o sacándose la foto del recuerdo con el cráneo de dragón, o comiéndose un helado gigante, o echándose en la alfombra de la zona de descanso, nomás para ver a la gente que pasa, corre y corre. Es lo que yo voy a hacer.

J. I. Carranza

Mural, suplemento Perfil, 1 de diciembre de 2022