Hace algunos días participé en una charla pública transmitida en vivo por internet, como han tenido que ser la mayor parte de estas actividades en el casi año y medio que llevamos de pandemia. Aparte de otras dos personas que participaron, otras dos que organizaban (una atendía el chat) y un servidor, sólo cuatro cuadritos en la pantalla de Zoom hacían confiar en que otros tantos interesados se habían conectado —como siempre pasa, el cuadrito en negro o con una imagen fija no garantiza que haya vida ahí. Desde luego, no es el mayor desaire que me ha tocado en la vida: una vez que fui a presentar una revista en Querétaro no se paró nadie, y otra vez que iba a dar una plática en Morelia no llegó ni el velador para abrirme y dejarme pasar.

       Hay, sin embargo, una diferencia atendible entre una actividad presencial y otra virtual («presencial», por mucho que esté de moda, es una palabra sobradamente metafísica: bien podríamos seguir diciendo «en persona»; y «virtual» es otro término equívoco, pues, aunque la Real Academia de la Lengua ya ajustó su sentido, alude en primer término a lo aparente, a un suplemento de lo real: más nos valdría decir, sencillamente, «en línea»). Y estoy pensando, principalmente, en actividades de índole cultural. Esa diferencia es que a las actividades en línea resulta más fácil asistir (a veces no hay ni que salir de la cama), pero por lo mismo son más fácilmente desdeñables. Cuando, en cambio, hace falta desplazarse para comparecer en persona, la cosa acaba por ser fruto de la voluntad, ¿y cuenta más?

       Desde luego, estamos todos hartos de todo, y sobre todo de la vivencia del mundo a través de pantallas. No obstante, sospecho que ese hartazgo trae consigo el riesgo de que nos perdamos de algunas posibles ventajas que ofrece esta circunstancia. En la educación a distancia, por ejemplo, el cansancio de profesores y estudiantes es tal que puede estar inhibiendo el aprovechamiento mejor que se le podría sacar a estas prácticas. Empezando, justamente, por la abolición de las distancias. ¿Podríamos redescubrir esas ventajas? Deberíamos, más bien. Porque, además, la cosa va para largo, y tenemos por delante muchas videoconferencias a las cuales conectarnos.

J. I. Carranza

Mural, 5 de agosto de 2021.