Hace mucho, recordé aquí mismo una crónica de H. Bustos Domecq —el autor que inventaron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares para que firmara algunas de las más desorbitadas e hilarantes piezas de la literatura en español— acerca de un tiempo en que la gente dejó de acudir a los estadios en Argentina. El relato, titulado «Esse est percipi» (el famoso condensado del pensamiento de Berkeley: para que algo exista hace falta que sea percibido), demuestra cómo, a pesar de esa circunstancia, y a pesar también de que en consecuencia dejaron de celebrarse partidos y los equipos se disolvieron, solamente se necesitó que las transmisiones radiofónicas siguieran existiendo (aunque se narraran partidos inexistentes) para que el futbol siguiera emocionando a las multitudes… aunque no hubiera futbol.

       Traigo otra vez a cuento esa crónica en vísperas de los Juegos Olímpicos de 2020 que comienzan mañana. No es un error: el año adjunto al nombre de Tokio es 2020, lo que hace sospechar ya de la naturaleza fantasiosa de lo que estamos por presenciar. Ayer, por ejemplo, leí en Cancha la nota que daba cuenta del primer partido del torneo de softbol, en Fukushima, entre las selecciones de Japón y Australia (ganó Japón, 8-1), y que marcó el arranque de los Juegos. Mientras escribo esto, quiero ir a ver cómo les fue a las mexicanas, que habrían jugado contra Canadá por la madrugada… Pero ¿en realidad está sucediendo todo eso?

       Sin gente en los estadios (la nota del partido de softbol reparaba en el silencio que recibió a las jugadoras), pero también con cada vez más atletas que están cancelando su participación, porque se han contagiado o porque condiciones diversas les impiden asistir, Tokio 2020 (en 2021) está siendo ya un acontecimiento absolutamente fascinante, no tanto por las hazañas deportivas que tendrán lugar —o que nos dirán que han tenido lugar—, sino por el hecho mismo de que está ocurriendo como una formidable forma de oposición, de resistencia a la realidad.

            Lo mejor sería que en la ceremonia inaugural las cámaras se limitaran a mostrar, por dos horas, el estadio vacío, sin público ni atletas, el silencio monstruoso que lo llena y, en lo alto, el fuego olímpico que nadie habrá encendido.

J. I. Carranza

Mural, 22 de julio de 2021.