En los resultados de una encuesta publicados ayer por El Financiero se observa que el 86 por ciento de los mexicanos adultos cree en la existencia del coronavirus; el 14 restante se reparte entre los que no creen (9 por ciento) y los que no saben si creer o no (es decir, los que no creen pero no están seguros de que eso esté bien). Esta impresionante porción de descreídos se vuelve pasmosa cuando se ve cómo están repartidos: entre quienes tienen de 18 a 29 años, el 18 por ciento no creen, y entre quienes tienen más de 50 años, el 15 por ciento —en medio de ambas franjas temerarias estamos los timoratos de 30 a 49, que mayormente creemos, pero aun entre nosotros hay un 9 por ciento que ahora mismo debe estar burlándose de nuestra credulidad.

      Dicho de otro modo: entre quienes no creen, abundan los adultos jóvenes y los adultos mayores. (Sería interesante conocer qué piensan quienes están en la infancia o la adolescencia). Y uno pensaría: los jóvenes son quienes más y mejor acceso deberían tener a la información, así como los viejos deberían estar cargados de experiencia y sabiduría. Pero ambas figuraciones valen tanto como sus reversos: los jóvenes acaso sean quienes más fácilmente caigan en engaños, mientras que los viejos estarán lastrados por prejuicios y supersticiones. En cualquier caso, el hecho es que, en gran medida, la indefensión de la población en su conjunto ante el embate de la pandemia está directamente relacionada con el hecho de que se crea o no en ella.

      Y las creencias que mueven a una sociedad son materia maleable: en este caso concreto, por las políticas gubernamentales de generación y difusión de la información (de una ineptitud criminal, esas políticas), pero también por la negligencia de los medios que no han podido estar a la altura de la emergencia, facilitando que la gente sepa lo que tiene que saber y que crea lo que debe creer. Si a eso se suma la desconfianza creciente que han generado las erráticas disposiciones y los volantazos de los gobiernos rebasados por la emergencia, lo cierto es que quedan pocas razones para tratar de convencer a los descreídos. Así que estas cifras pueden dar idea del tamaño de la desgracia que todavía nos espera.

J. I. Carranza

Mural, 16 de julio de 2020