A finales de febrero pasado, cuando ya las alarmas por la proliferación del virus estaban pitando cada vez más fuerte, no sólo en China, sino ya también en Europa, el filósofo italiano Giorgio Agamben se apresuró a redactar su descreimiento: «Frente a las medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida al coronavirus, es necesario partir de las declaraciones del CNR [Consejo Nacional de Investigación], según las cuales […] “no hay ninguna epidemia de SARS-CoV2 en Italia”». Amparado en esas declaraciones, Agamben afirmaba también que en el 90 por ciento de los casos la enfermedad no pasaría de ser una gripita.

Más que el desatino del filósofo, lo que llama la atención es la prisa que entonces tuvo por meter la pata. Aducía, en aquel artículo, que la pandemia era una invención y que las medidas tomadas por los gobiernos para enfrentarla obedecían a fines de control similares a los que se persigue al denunciar la amenaza del terrorismo… Bueno, lo triste es que no son argumentos, los suyos, demasiado distintos de los que vienen dando Paty Navidad o el Cardenal Sandoval (¡ay, la prensa!, ¿por qué tiene que seguir yendo a preguntarle cosas a este sujeto?).

Cuando la masacre desatada ya era el argumento más contundente para demostrar que la pandemia no era invención, Agamben volvió a proferir sus admoniciones apocalípticas: en esta ocasión, a finales de mayo, acusaba a cuantos hemos participado de cualquier modalidad de educación a distancia (profesores, estudiantes, universidades) de colaborar en una conjura, de orden fascista, que pretende terminar para siempre con la educación universitaria. «Todo  esto, que había durado casi diez siglos, ahora termina para siempre». ¡Y uno habría pensado que nomás estaba batallando con Zoom, cuando en realidad se hallaba encaminando a las nuevas generaciones a desbarrancarse en la ignorancia y la barbarie!

Son risibles, los aspavientos del incrédulo y agorero Agamben —y de muchos otros. Pero el problema, con los profetas como él (y como Paty Navidad, y como el Cardenal), es que nunca es imposible que haya multitudes que les hagan caso. O, más bien, es lo más probable.

 

J. I. Carranza

Mural, 18 de junio de 2020