Las situaciones de extrema incertidumbre engendran abundantes expertos espontáneos e incontables profetas. Como los primeros pronto quedan desmentidos por el curso de los acontecimientos, basta con desalojarlos de nuestra atención. Los segundos, sin embargo, al lanzar más lejos las redes de su ciencia infusa, pueden ser más peligrosos: en lo que llega el tiempo de que se cumplan (aunque no vayan a cumplirse) sus vaticinios, pueden ganar creyentes, influir en la toma de decisiones, reorientar voluntades y nublar el juicio de quienes podrían estar construyendo posibilidades mejores que las que avizoran.

Una noción que ahora mismo está de moda entre los émulos de Nostradamus es «nueva normalidad». Es una fórmula que encapsula tres creencias: la primera, que la normalidad existe; la segunda, que existe al menos en dos versiones (la «nueva» y la que ya no es «nueva»); y tercera, que, luego de la pandemia y las crisis que ha traído aparejadas, estamos por asistir al arribo de la versión «nueva», pues la normalidad que conocíamos ya no servirá más. Sin tener que entrar en honduras metafísicas, seguramente bastaría con tratar de precisar en qué diablos consiste la normalidad para comprobar que es imposible creer en su existencia.

En México, por ejemplo, ¿es normal que sea más probable ser asesinado que enfermar del virus maldito? Que la prevalencia de la atrocidad en las vidas de millones de personas (violencia, injusticia, hambre, ignorancia, miedo, etcétera) se haya sostenido a lo largo de mucho tiempo (desde tiempos de Moctezuma Ilhuicamina, vamos diciendo, por ponerle una fecha) no quiere decir que eso sea admisible como normalidad. Como tampoco el hecho de que efectivamente lo admitamos como tal. (Es como la gente impuntual, atrabancada, impertinente o marrana, que se excusa diciendo: «¡Ay, perdón, es que así soy yo!». ¡Que seas como seas no quiere decir que eso esté bien!, habría que responder).

Por lo demás, la perturbación de lo habitual que está teniendo lugar, con las consecuencias trágicas que ha traído consigo, ¿podría obsequiarnos con un mundo más bonito y solidario, de almas limpias, gobiernos honestos, sociedades justas y trabajo feliz? Como si nos lo mereciéramos.

 

J. I. Carranza

Mural, 7 de mayo de 2020