Es difícil, y sobre todo cuando hay que encerrarse y el tedio o la neurosis acechan, resistir la tentación de hacer conjeturas que expliquen lo que pasa, o bien profecías que alumbren el rumbo que tomarán los acontecimientos. Entusiasma forjar argumentos que a nadie se le han ocurrido antes, o que nuestro pobre entendimiento se vea sacudido de pronto por una revelación. Pero, aunque en la incertidumbre del momento esa tentación sea poderosa, por lo menos habría que abstenerse de divulgar esos hallazgos al mundo. A nadie le hacen falta nuestras suspicacias ni nuestra sabiduría.

Salvo que detentemos un grado superlativo y experiencia admirable en el campo de la epidemiología, aunque también sería de agradecerse que contáramos con un premio Nobel en Economía: salvo que lo que tengamos que decir tenga sentido práctico y sirva para salvar a la humanidad, más nos valdría guardarnos nuestras opiniones, librarnos de hacer el ridículo con nuestros vaticinios y dejar de afligir a los semejantes asomados a nuestros muros o a nuestros timelines con más razones para la desesperación, el miedo y la confusión. Para eso ya tenemos a los políticos.

(Dicho sea de paso, ¡qué terquedad la de algunos, como el gobernador de Jalisco, en insistir que lo concerniente a esta crisis no es «un tema político»! ¿Pues qué es, entonces? Tanto se han enfangado, los profesionales de ese gremio, que los asusta descubrirse dedicándose a eso a lo que se dedican. Lo que hay que ver: políticos que afirman no estar haciendo política. Han de querer que los veamos como almas caritativas a las que no tendría que suponérseles ninguna intención oculta).

Un efecto asombroso del confinamiento en estos días es la afirmación del silencio. Ya se anticipa desde la mañana, y cuando cae la tarde se extiende sobre la ciudad de un modo inverosímil, que termina de espesar la consistencia de sueño extraño que tienen estos días. Por las noches, o más bien en las madrugadas, ya varias veces me ha despertado con alguna violencia ese silencio, y tengo entonces que levantarme a presenciarlo. Puede ser espantoso. Pero, en comparación con el rumor ensordecedor de nuestras conjeturas y nuestras profecías, es preferible.

 

J. I. Carranza

Mural, 16 de abril de 2020