Lo he contado en otro lado: yo sólo entendí por qué la Pantera Rosa se llamaba así cuando en mi casa hubo por primera vez un televisor a color. Habrá sido cuando mi mamá decidió que ya estaba bien de precariedad cromática y fue a Mayco a endrogarse (así se decía entonces, no sé si todavía: tener una deuda era «echarse una droga») para que viéramos las Olimpiadas de 1984 como la gente. Aquella tele también nos reveló la existencia del control remoto. En todo caso, llegábamos muy tarde a esas bondades que ya disfrutaban otros muchos hogares, pero hasta entonces mi niñez pasmada había transcurrido delante de una pantalla en blanco y negro, de aquellas que al apagarse conservaban un puntito que se iba haciendo pequeño hasta que desaparecía (era tan viejo el aparato que para subir el volumen usábamos un cotonete encajado donde debía ir el botón). Así que, cuando di en esa tele nueva con la que había sido mi caricatura favorita durante toda la infancia (apenas iba yo saliendo de ella, no sospechaba que aquel amor me duraría hasta ahora), cuál no fue mi asombro al ver el color de su protagonista. No lo podía creer. Seguramente yo pensaba que se llamaba Rosa, como bien pudo haberse llamado Juana o Evangelina.

En los años setenta y ochenta del siglo pasado, El Show de la Pantera Rosa era algo de lo mejor que los niños podíamos disfrutar en la limitada oferta televisiva a nuestro alcance. Hubo, claro, otros hitos, y cada quién sabrá por dónde tiran sus añoranzas más acendradas, pero estoy convencido de que ninguno alcanzó nunca la originalidad suprema de esa caricatura (igual, no sé si aún esté vigente este término: lo uso con mi hija —«¿Quieres cambiarle a tus caricaturas?», le pregunto— y se me queda viendo raro, como la vez que me sorprendió leyendo el periódico —en papel— y me dijo que eso era cosa de viejos). Insospechable siempre, estéticamente irreprochable, intrigante (y aun psicotrópica) y divertidísima. Y entrañable.

¿A qué vienen estas nostalgias? A que mañana se cumplen 50 años de que se transmitió el primer episodio. Había que festejarlo —y dejar para más adelante la reflexión anexa a esta efeméride acerca del paso del tiempo y del triunfo artero de la edad.

 

J. I. Carranza

Mural, 5 de septiembre de 2019