Treinta y dos otoños sin faltar uno solo. Estos últimos días he estado imaginando que regreso a la FIL con el azoro de los primeros años intacto: la fascinación que experimentaba por el hecho de que hubiera tantos libros en el mismo lugar, por la posibilidad de conocer a quienes los escriben y porque todo eso sucediera en mi ciudad. Seguramente cuando entendí de qué se trataba —debió de ser en la segunda edición: a la primera vine a echar relajo con mis compañeros de la prepa, en un camión secuestrado, como se usaba— decidí que habría de dedicarme a lo mismo que hoy me tiene aquí: el periodismo y la literatura. No sólo fui aprendiendo a leer, sino también a creer en que la lectura es una forma óptima de averiguar de qué se trata todo, la realidad que habitamos y lo que nos toca hacer en ella. Claro que entonces no intuía siquiera eso: lo que más me gustaba era encontrarme aquí con mis amigos, fabricar las anécdotas que habrían de darle forma a nuestra memoria futura, procurarme los hallazgos con que iría haciendo mi biblioteca. Dada la profusión de ocasiones que cada año tenía a mi alcance para obtener nuevos descubrimientos, en estos nueve días siempre anhelados que jamás se me habría ocurrido perderme, una parte importante de mis juicios se ha modelado aquí. Y también buena parte de mis afectos centrales.

Es cierto que, al paso del tiempo, lo que he presenciado y lo que he vivido en la feria me ha hecho desear que muchas cosas fueran distintas: he deplorado que dejara prosperar la voracidad comercial en detrimento de su carácter de festival cultural, que su rumbo esté dictado por las veleidades políticas de quien reina en ella, que la frivolidad y la estupidez hayan ido ganando cada vez más terreno. Pero siempre me quedo con la boca abierta por la capacidad que demuestra el equipo que la organiza y, sobre todo, por las cantidades industriales de felicidad que encuentra la gente que viene. Que esa felicidad no siempre sea la mía no importa. Me importa, sobre todo, que siga hallándosela mi hijita, que aquí anda por octavo año consecutivo, y que en su vivencia de la FIL siempre haya modo de que le pasen cosas tan fundamentales como las que me han pasado a mí aquí.

J. I. Carranza

Suplemento PERfil de Mural, 2 de diciembre de 2018