El otro día estaba a punto de participar en la presentación de un libro y, a dos minutos de que arrancara, sólo habíamos llegado los presentadores y el autor. Nomás nos veíamos con desolación. Pero cuando abrieron las puertas del salón, más de la mitad se llenó milagrosamente y a toda velocidad por un grupo de estudiantes uniformados. De no ser por eso, habríamos estado hablando para una multitud de sillas vacías (exagero: sí habrán llegado unas siete personas movidas, supongo, por un interés auténtico).

Ya otras veces he visto este fenómeno, pero hasta entonces me quedó claro cómo la FIL le tiene horror al vacío y en ella importa tremendamente que jamás vaya a darse la impresión de que las cosas no funcionan. Qué ágiles y sutiles mecanismos se mueven para que un salón desierto se ateste en cuestión de segundos. Será, quizás, para que ningún participante —autores, editores, etcétera— vayan a sentirse desairados jamás (aunque lo cierto es que, en esa ocasión, sí llegamos a sentirnos desconcertados: yo sentía que regresaba al tiempo infausto en que llegué a dar clases en una secundaria). Y será, también, para que la prensa jamás vaya a reportar que algo sencillamente no le interesó a nadie.

Ahora que hablo de la prensa, hay que decir que en la cobertura que ésta da a la feria es notorio el mismo frenesí, y no sé si sea nomás porque hay que rellenar (programas de tele y radio y páginas de periódicos, además de espacios incontables en la red), o más bien porque se tiene la idea, ya inextirpable, de que la FIL es sinónimo de multitudes, de que el número siempre excesivo de actividades y participantes no podría disminuir nunca, de que las montañas de libros son tan abundantes porque se espera siempre que así sea. De ahí, claro, que hoy y mañana todo enloquezca con la llegada de miles de estudiantes acarreados, y que uno mismo, como público, tenga la convicción de que hay muchísimas cosas que hacer y que todas serán tan importantes que será una pena perdérselas.

Es un poco esquizofrénico todo. O no, en realidad: de lo que se trata es de que todo se atasque, para que los números que dé el Licenciado al final sean, como siempre, igual de satisfactorios, o, mejor, asombrosos.

J. I. Carranza

Suplemento PERfil de Mural, 29 de noviembre de 2018