Juan José Arreola, qué duda cabe, es uno de los autores centrales de la literatura en español del siglo 20. Eso podemos tenerlo claro sus lectores. Incluso, tal vez seamos capaces de precisar por qué pensamos así. Yo empezaría por decir que hallo, en las páginas del jalisciense, una soberana imaginación que, por medio de una prosa que es pura orfebrería, infaliblemente rinde frutos prodigiosos —ya luego tendría que explicar qué diablos quiero decir con eso. El caso es que más o menos sé por qué amo la obra de Arreola, por qué la tengo por fundamental en mi historia como lector y en mi vida. Y otro tanto, supongo, ocurrirá con todos sus lectores fieles.

Pero pasa esto: aunque pueda parecernos incomprensible que haya alguien a quien lo tengan sin cuidado los libros que más nos importan, por lo general damos por hecho que la culpa es del lector (impermeable a la maravilla, impaciente para buscar un sentido decisivo, reacio a proponerse ningún esfuerzo de comprensión), y no del libro. ¿Cómo es que llegó a gustarme leer a Arreola? La verdad es que no lo sé. Es difícil rehacer el camino que nos condujo a determinadas revelaciones y a las inclinaciones que ya no abandonaremos, y reconocer, en ese camino, lo que debimos poner de nuestra parte: la atención que pusimos sobre ciertos aspectos particulares, la suerte de haber conocido algunas informaciones contextuales que nos ayudaron en la asimilación mejor de lo que leímos, las meras intuiciones que seguimos. Creo estar seguro de que lo primero que leí de Arreola fue «El guardagujas», que venía en uno de los libros de texto gratuitos de la primaria. Si así fue, ¿qué pude haber entendido? ¿Y cómo di el salto a lo demás? ¿Y cuándo?

Ahora que se festeja el centenario, habrá reediciones y abundarán las ocasiones de leer a Arreola. ¿Cómo llegarán a esas ocasiones los nuevos lectores? Pues se trata de un autor gratísimo, sí, pero también exigente. Yo querría creer que no faltan razones para que cualquiera se encante. Pero, en un mundo muy distinto del que vio nacer esos libros, ¿cómo abrirles cancha en la aceptación de esos nuevos lectores? ¿Podrán encontrar ahí lo mismo que encontramos quienes llevamos toda la vida gozándolo?

 

J. I. Carranza

Mural, 20 de septiembre de 2018