No tengo ninguna objeción que hacer a la elección de Ida Vitale como ganadora del Premio FIL de este año. Esto que acabo de decir, aunque no importa en absoluto —pues, aunque tuviera todas las razones del mundo para enfurruñarme, a ver quién me iba a hacer caso—, me salió decirlo así, en negativo, e imagino que eso algo significará. Porque otra cosa muy distinta sería si manifestara, eufórico o exultante, mi acuerdo con esa decisión. Ida Vitale, cómo no, está bien, pásele, felicidades, ni cómo alegar en contra. No se equivocó el jurado, no contará como un error más en la historia de este premio (bastante llena de hoyancos, e incluso de cráteres profundos, como Bryce Echenique, nunca hay que olvidarse de él). No hay nada que reprochar.
Ida Vitale, en lo poco que le he leído, me gusta mucho. Uno de sus libros, para dar pronto con una muestra, a mí me parece bellísimo: Léxico de afinidades, publicado hace alrededor de un cuarto de siglo por la editorial Vuelta y reeditado recientemente por el Fondo de Cultura Económica. Entre la memoria, la poesía y el ensayo, ahí vamos presenciando el despliegue de una inteligencia afiladísima que se sostiene sobre una asombrosa fe en las posibilidades más inusitadas de las palabras. O sea que, lo dicho: es una merecedora irreprochable de este premio.
Pero —aquí llega el pero—, quizás porque este premio se da en nuestro barrio, y podemos así ver lo que significa (la visibilidad que da a sus ganadores, el hecho de que éstos vengan a Guadalajara a recibirlo, y por tanto los tengamos cerca), algunos tenemos la costumbre de quedar, por principio, inconformes con el anuncio de cada año. Porque —y es lo malo de todo premio— siempre pudo ganarlo alguien más: invariablemente, alguien que habríamos preferido. ¿César Aira? ¿Eduardo Lizalde? ¿Angélica Gorodischer? Da lo mismo: siempre acabamos rumiando que Michel Tournier o Salvador Elizondo se murieron sin haberlo recibido, y no querríamos la misma suerte para nuestros preferidos.
Será una ocasión óptima para que muchos descubran a Vitale y para leerla con atención. Y no es que eso esté mal, todo lo contrario, no nos vamos a quejar por eso. Pero, ¿y qué tal si mejor se lo hubieran dado a…?
J. I. Carranza
Mural, 6 de septiembre de 2018