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¿FIL o no FIL?

Es de suponerse que hay muchos factores en juego en la ponderación de posibilidades e impedimentos que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara estará haciendo ahora mismo. Por un lado, y entre los aspectos más evidentes, está la necesidad de ventas que tienen los editores y su escasez de liquidez para costearse la presencia ahí: aunque la FIL brinda este año una rebaja en la renta del espacio, la crisis ha golpeado tanto a la industria que ni así podrá librar bien ese gasto.

      Esta zozobra está encuadrada en el desastre que ya están siendo las economías local, nacional y mundial, y serán muchos los que tengan razones sobradas para no asistir: lo mismo los editores arruinados, o casi, que los que no hayan publicado novedades suficientes como para que valga la pena, pero también el público que sencillamente no podrá pagar ni siquiera el boleto de ingreso (lo siento, pero hay que recordarlo siempre: que la FIL cobre la entrada es una flagrante incongruencia con sus fines como festival cultural organizado por una universidad pública en un país como México).

      Además, está la absoluta incertidumbre acerca del estado de la pandemia a finales de noviembre próximo, y esto no únicamente en cuanto a la situación que privará en Guadalajara y en México: las condiciones adversas en otros puntos del planeta y las dificultades para viajar amenazan con quitarle lo internacional a la FIL. No imaginamos ahora mismo el moridero inmenso en que se habrán convertido el mundo y este pobre país para entonces, ni cuáles serán las consecuencias de la masacre y de la miseria en la psique de millones.

            Por si fuera poco, en estas tierras, donde las decisiones últimas terminan tomándolas individuos que ven por sus intereses políticos y personales antes que por esa quimera que es el bien común, ¿qué tanto van a pesar las conveniencias del Gobernador, del Licenciado? La pandemia ha confirmado que aquí de poco valen las advertencias de la ciencia y las consideraciones fundadas en el mero sentido común: de ahí que las políticas públicas estén caracterizadas por los constantes volantazos, y que sus consecuencias estén siendo trágicas. ¿De aquí a la FIL las cosas serán distintas? Cómo saberlo.

J. I. Carranza

Mural, 9 de julio de 2020

Premio a la FIL

La concesión del Premio Princesa de Asturias a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara puede entenderse, por una parte, como el reconocimiento a una de las empresas culturales más importantes del orbe iberoamericano. Habría que precisar, sin embargo, en qué se funda esa importancia: ¿en el influjo que la feria ha podido tener en los rumbos del mercado editorial a lo largo de tres décadas y media? ¿En la población de lectores que, sin la presencia de la feria, jamás habría existido? ¿En la medida en que ha funcionado como un foro de discusión de las ideas, o propiciando que la literatura, otras artes, las ciencias, la comunicación, etcétera, descubrieran posibilidades que sin la feria serían impensables? ¿En su contribución al desarrollo cultural de esta ciudad, de este país, del continente?

Mucho de todo lo anterior, seguramente. Por cuestionables que sean determinados aspectos de la FIL (sus modos de manejarse, la comprensión que tiene del público, los intereses a que sirve, etcétera), lo cierto es que el mundo del libro en Iberoamérica, y lo que hay en torno a él, no sería como es hoy, ni esta ciudad sería la misma, si estos treinta y tantos otoños no hubiéramos vivido lo que hemos vivido.

Pero, por otra parte, el premio también puede verse como una afirmación de la necesidad que tiene la feria en estos tiempos de incertidumbre. En medio de una crisis sanitaria y económica que ha obligado a cancelar o posponer prácticamente todo, de los Juegos Olímpicos para abajo, es de temerse que la FIL esté enfrentando ya los más graves predicamentos de toda su historia. Aun cuando se haga todo lo posible porque tengamos feria este año, habrá que ver quiénes de sus participantes van a tener dinero para entrarle, y en qué condiciones será posible. Mucho de lo que da sentido a la FIL no entra, según los criterios oficiales, en la arbitraria definición de lo «esencial» a que nos ha orillado la pandemia: ante esa descalificación sumaria, ¿de qué tamaño es el desafío?

Por eso tiene tanta relevancia este premio: porque está promulgando a los cuatro vientos la necesidad mayúscula de que la FIL se salve, que sobreviva. Ojalá que consiga remontar esta crisis del mejor modo.

 

J. I. Carranza

Mural, 11 de junio de 2020

Programa y razones

¿Cuántos públicos distintos hay para la Feria Internacional del Libro de Guadalajara? Quiero decir: no toda la gente acude movida por las mismas razones, hay quienes nunca participarían en ciertas actividades (yo, por ejemplo, eludo escrupulosamente aquellas que tienen por objeto dar relumbrón a los políticos), hay quienes siempre hacen —hacemos— más o menos lo mismo: pasear por los pasillos, comprar tal vez algo (tal vez, porque la oferta luego no es ni tan rica ni tan atractiva, y además existe internet), entrar a alguna presentación, quizás ver algún espectáculo (de un tiempo acá, los únicos que llego a aventarme son los de FIL Niños, y con eso tengo).

A mí me da la impresión de que, en términos generales, el público se divide en tres: el que sabe a qué va, el que no sabe a qué va y el que va porque no tiene más remedio. El primero suele tener en cuenta el programa, toma nota del día en que se presenta un autor favorito, pongamos, y se lanza. O bien se propone ir a buscar un libro en particular, o queda en encontrarse ahí con alguien, o va en pos de surtirse de cómics o juguetes o porque hay que llevar a las creaturas o porque quiere ver algo que solamente ahí podrá ver. Es gente que más o menos sabe (y digo más o menos porque yo mismo no lo sé del todo) para qué sirve la FIL y qué se puede hacer ahí.

El público que no sabe a qué va es el más abundante: multitudes que van de aquí para allá, que entran o salen de los salones sin motivos discernibles, que difícilmente podrían responder si se les preguntara qué andan haciendo. Y a menudo es también el público que va porque no tiene de otra: las infaltables hordas de estudiantes arreados por sus maestros. Uno y otro tienen nociones muy vagas del sentido de una feria como ésta, y a menudo ni siquiera sabían que existía.

La presencia de Portugal, Orhan Pamuk, 31 Minutos, Plácido Domingo, dos mil editoriales, 800 escritores… Como pasa cada año, en el programa que se anunció ayer queda claro que la FIL surtirá al primer público de todo tipo de razones para visitarla. Lo que a mí me intriga un poco siempre es qué podría hacerse para que los otros públicos aprovechen de un modo más fructífero la experiencia.

 

J. I. Carranza

Mural, 4 de octubre de 2018

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