Autor: José Israel Carranza (Página 8 de 13)

Cuestión de fe

Es, imagino, difícil de cuantificar, pero no podrá negarse que la fe ha tenido un peso decisivo en el curso de la pandemia en México. Hablo de la fe como principal inteligencia de la realidad que tiene buena parte de la población, y en la que se conjugan las interpretaciones de los hechos, la traducción de esa interpretaciones en creencias y las decisiones individuales de los individuos —y, por ende, de la masa que conforman— en función de esas creencias. Tal vez alguna encuesta tan extensa como acuciosa permitiría hacerse una idea de ese peso, pero los resultados que arrojara serían, como todos los otros datos de la realidad, susceptibles de tramitarse también por la fe, y entonces sería cuento de nunca acabar.

       Primero, fue cuestión de creer o no en la posibilidad de que el virus llegara aquí desde el otro lado del mundo; cuando llegó, lo que siguió fue creer o no en la magnitud destructiva que podría alcanzar; creer o no en los riesgos de contagiarse, creer o no en la eficacia de las medidas para evitarlo (del cubrebocas a la vacuna, de los amuletos del Presidente a las porquerías prescritas por homeópatas y curanderos de toda laya, de las condiciones óptimas de ventilación en los espacios cerrados a las reuniones multitudinarias que propiciarían la «inmunidad de rebaño»). A la par de eso, creer o no en las autoridades —lo que menos importa, pues su proceder está desentendido de lo que la población perciba, y así va dando tumbos entre el mero disparate y la absoluta negligencia criminal.

       A la vista del regreso a las aulas, se insiste en reforzar la fe: confíen, nos dicen. Y aunque la multiplicación de contagios parezca desaconsejar más que nunca esa fe, acaso sea precisamente el momento de proponérsela. Pero bien entendida: fe en que los docentes y sus estudiantes y los papás de éstos sabremos cómo comportarnos. No es imposible: conocemos las medidas que hay que tomar, hay que tomarlas.

       Al preparar los útiles de nuestra niña para que este lunes estrene salón y se reencuentre con sus amigos luego de año y medio, nos anima esa fe: en que haremos todo lo que se debe hacer. Y también sus maestras y sus amigos y los papás de sus amigos. No tendría por qué ser de otra manera.

J. I. Carranza

Mural, 26 de agosto de 2021.

(La fotografía la tuiteó @angelitoconchia, el 6 de junio de 2021, día de las elecciones federales. Anotó junto a ella: «Mi casilla está en una primaria y miren el pizarrón»).

Discrepar

El sainete de estos días en la llamada diplomacia cultural mexicana deja ver varias cosas acerca del régimen en que estamos, y conviene tomar nota, al menos por el interés histórico que tendrán los hechos actuales cuando, en el futuro, se busque comprender qué diablos pasó. Como en toda obra mal compuesta, hay parlamentos incoherentes, hay pasajes truncos, las acciones de los protagonistas no parecen consecuentes con sus motivaciones, los chistes no funcionan. Pero lo que hay basta para hacerse una idea del caso y de la gravedad que reviste si se lo considera un precedente para casos futuros.

       Tras la defenestración abrupta del agregado cultural de la Embajada mexicana en Madrid, explicable sólo porque éste se habría burlado del discurso en que un funcionario de la SEP deplora que se lea por placer, y porque tal funcionario es un claro protegido de la esposa del Presidente y del Presidente mismo (si hay otras explicaciones, no han sido claras y no se han expuesto con pruebas), nos esperaba aún un pasaje muy amargo, saturado de antiintelectualismo y misoginia, cuando se dio a conocer que quien sustituirá al defenestrado será la escritora Brenda Lozano. Rencorosos, rabiosos, se diría que asqueados, patéticos si no fuera porque todo fanático es un peligro ambulante, saltaron los corifeos de la Cuarta Transformación a injuriar a Lozano y a deplorar su nombramiento, en razón de que ha criticado más de una vez al régimen y al santo varón que lo encabeza, y eso, los indignados, sencillamente no lo pueden tolerar. Rueda por los suelos, entonces, la segunda cabeza: la del funcionario que había decapitado al primero y nombrado a Lozano: en sentida carta al canciller, le dice que él nomás ya no puede.

       Quienes atacan a Lozano seguramente querrían verla salir de escena antes incluso de que acabe de entrar. Ojalá que no pase —ella no se va a dejar, es seguro. Pero, en todo caso —y es de lo que conviene ir tomando nota—, ya están viéndose las consecuencias que tiene discrepar o criticar. El linchamiento, por ejemplo.            

Es tan mala, tan infeliz, esta comedia, que los únicos que deben de estar muertos de risa son el torvo funcionario de la SEP y la imperiosa protectora que tiene en Palacio Nacional.

J. I. Carranza

Mural, 19 de agosto de 2021.

¿Leer por placer?

Un funcionario de la 4T dice una estupidez acerca de la lectura, que se presta a gran argüende: en resumen, que está mal leer por placer. No es la primera sandez que suelta: ya una vez dijo que las mujeres deberían ir a las bibliotecas para acabar con el machismo. Segundo acto: otro funcionario de la 4T, en el Servicio Exterior, tiene a bien burlarse con razón del primero (que, para mala suerte del burlón, es protegido estelar de la esposa del Presidente, y del Presidente, quien lo ha calificado como «hombre íntegro, honesto, con mucha capacidad»). Tercer acto: defenestran al burlón; enseguida, proceden a enlodar su reputación.

       No hace falta forzar la imaginación para explicarse lo sucedido: «Marcelo, ¿ya viste lo que anda diciendo tu funcionario en Madrid?». «No se preocupe, doctora, yo me encargo». Etcétera. Claro: mientras no haya evidencias, todo quedará en conjeturas. Pero, aun así, tenemos esto, que es gravísimo: el solo hecho de que parezca tan posible, tan verosímil, el castigo al criticón, al disidente, al funcionario que no se alinea, y que parezca haber favoritos intocables y condenas terminantes provenientes de Palacio.

       Ahora bien: el lamentable sainete ha propiciado que muchos, en coro, salgan a defender la lectura por placer. Y no es que esté mal, desde luego: si se trata de estar del lado de la razón, las figuraciones del protegido de Palacio son necesariamente repudiables. Sin embargo, en su alarmante propensión a la cursilería, ese coro pierde de vista, me temo, algo que es todavía más importante: ni siquiera la procuración del placer debería estar por encima de la libertad soberana de quien lee. Dicho de otro modo: que cada quien lea por los motivos que le dé la gana, y que nadie (ni siquiera los lectores más socialmente comprometidos, ni siquiera los lectores más hedonistas) venga a asestarnos ninguna monserga.

       Y además: en este país reventado, enfermo, en llamas, en el que la educación pública fracasó hace generaciones, ¿de veras se cree posible que existan condiciones generales para que la lectura sea un placer nomás porque sí? A mí, no sé, me suena todo un poco ingenuo. O frívolo. O, para decirlo como en realidad creo que es, más bien hipócrita.

J. I. Carranza

Mural, 12 de agosto de 2021.

A distancia

Hace algunos días participé en una charla pública transmitida en vivo por internet, como han tenido que ser la mayor parte de estas actividades en el casi año y medio que llevamos de pandemia. Aparte de otras dos personas que participaron, otras dos que organizaban (una atendía el chat) y un servidor, sólo cuatro cuadritos en la pantalla de Zoom hacían confiar en que otros tantos interesados se habían conectado —como siempre pasa, el cuadrito en negro o con una imagen fija no garantiza que haya vida ahí. Desde luego, no es el mayor desaire que me ha tocado en la vida: una vez que fui a presentar una revista en Querétaro no se paró nadie, y otra vez que iba a dar una plática en Morelia no llegó ni el velador para abrirme y dejarme pasar.

       Hay, sin embargo, una diferencia atendible entre una actividad presencial y otra virtual («presencial», por mucho que esté de moda, es una palabra sobradamente metafísica: bien podríamos seguir diciendo «en persona»; y «virtual» es otro término equívoco, pues, aunque la Real Academia de la Lengua ya ajustó su sentido, alude en primer término a lo aparente, a un suplemento de lo real: más nos valdría decir, sencillamente, «en línea»). Y estoy pensando, principalmente, en actividades de índole cultural. Esa diferencia es que a las actividades en línea resulta más fácil asistir (a veces no hay ni que salir de la cama), pero por lo mismo son más fácilmente desdeñables. Cuando, en cambio, hace falta desplazarse para comparecer en persona, la cosa acaba por ser fruto de la voluntad, ¿y cuenta más?

       Desde luego, estamos todos hartos de todo, y sobre todo de la vivencia del mundo a través de pantallas. No obstante, sospecho que ese hartazgo trae consigo el riesgo de que nos perdamos de algunas posibles ventajas que ofrece esta circunstancia. En la educación a distancia, por ejemplo, el cansancio de profesores y estudiantes es tal que puede estar inhibiendo el aprovechamiento mejor que se le podría sacar a estas prácticas. Empezando, justamente, por la abolición de las distancias. ¿Podríamos redescubrir esas ventajas? Deberíamos, más bien. Porque, además, la cosa va para largo, y tenemos por delante muchas videoconferencias a las cuales conectarnos.

J. I. Carranza

Mural, 5 de agosto de 2021.

¿Presencial?

Esta película ya la hemos visto, pero ahora que se vuelve a proyectar parece enriquecida con nuevas peripecias y disparates de sus protagonistas. En el año y medio que llevamos de pandemia, cada que las gráficas emprenden ascensos escarpados y empiezan a sonar las alarmas porque los contagios amenazan con desbordar la capacidad de los sistemas de salud, la conducta de autoridades y «tomadores de decisiones» se vuelve súbitamente más errática que de costumbre, como si un efecto más de la proliferación del virus fuera la locura de los antedichos.

Los ejemplos más clamorosos, desde luego, corren por cuenta del gobernador. Un día amanece ganoso de proyectar su imagen en ruedas de prensa (como quién sabe quién), y poco después usa ese espacio como burladero para huir de las preguntas que lo incomodan y para —con una sonrisa en el rostro— ningunear e insultar a los reporteros que le piden aclaraciones a las turbias cuentas con que su administración ha dizque hecho frente a la pandemia. Luego de eso, adiós ruedas de prensa, interrumpidas por un brote de covid en Casa Jalisco…

Pero también, en otra pista, pasa esto: luego de que el rector de la UdeG reconociera la necesidad de que el regreso a clases sea virtual en tanto el virus no disponga otra cosa, la Feria Internacional del Libro —que organiza la misma UdeG— se apresura a confirmar que este año será presencial. Lo repentino del anuncio, que tuvo como pretexto la divulgación del programa preliminar del invitado Perú, hace pensar en, por lo menos, tres explicaciones —uno quiere hallarlas porque en el trasfondo hay una contradicción muy extraña—: la primera es que tanto el rector como el Licenciado, tan seguros como están de que la gente podrá ir a la Expo (y al Centro Cultural Universitario), algo sabrán ya que el resto de los mortales ignoramos (¿que para el otoño la pandemia estará ya domada?). La segunda es que, en su desesperación por evitar que otra vez la FIL sea la cosa tediosísima y deprimente que fue el amontonamiento de videoconferencias del año pasado, están jugándosela del modo más temerario, como en un soberbio acto de fe. Y la tercera es: como todo el mundo, no tienen la menor idea de lo que nos espera.

J. I. Carranza

Mural, 29 de julio de 2021.

Nadie

Hace mucho, recordé aquí mismo una crónica de H. Bustos Domecq —el autor que inventaron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares para que firmara algunas de las más desorbitadas e hilarantes piezas de la literatura en español— acerca de un tiempo en que la gente dejó de acudir a los estadios en Argentina. El relato, titulado «Esse est percipi» (el famoso condensado del pensamiento de Berkeley: para que algo exista hace falta que sea percibido), demuestra cómo, a pesar de esa circunstancia, y a pesar también de que en consecuencia dejaron de celebrarse partidos y los equipos se disolvieron, solamente se necesitó que las transmisiones radiofónicas siguieran existiendo (aunque se narraran partidos inexistentes) para que el futbol siguiera emocionando a las multitudes… aunque no hubiera futbol.

       Traigo otra vez a cuento esa crónica en vísperas de los Juegos Olímpicos de 2020 que comienzan mañana. No es un error: el año adjunto al nombre de Tokio es 2020, lo que hace sospechar ya de la naturaleza fantasiosa de lo que estamos por presenciar. Ayer, por ejemplo, leí en Cancha la nota que daba cuenta del primer partido del torneo de softbol, en Fukushima, entre las selecciones de Japón y Australia (ganó Japón, 8-1), y que marcó el arranque de los Juegos. Mientras escribo esto, quiero ir a ver cómo les fue a las mexicanas, que habrían jugado contra Canadá por la madrugada… Pero ¿en realidad está sucediendo todo eso?

       Sin gente en los estadios (la nota del partido de softbol reparaba en el silencio que recibió a las jugadoras), pero también con cada vez más atletas que están cancelando su participación, porque se han contagiado o porque condiciones diversas les impiden asistir, Tokio 2020 (en 2021) está siendo ya un acontecimiento absolutamente fascinante, no tanto por las hazañas deportivas que tendrán lugar —o que nos dirán que han tenido lugar—, sino por el hecho mismo de que está ocurriendo como una formidable forma de oposición, de resistencia a la realidad.

            Lo mejor sería que en la ceremonia inaugural las cámaras se limitaran a mostrar, por dos horas, el estadio vacío, sin público ni atletas, el silencio monstruoso que lo llena y, en lo alto, el fuego olímpico que nadie habrá encendido.

J. I. Carranza

Mural, 22 de julio de 2021.

Cuba

Toda suposición que uno se haga sobre la realidad cubana debería, por principio, medirse siempre con el testimonio de al menos una persona que haya debido abandonar esa realidad (que haya debido, repito: el verbo importa). Uno —y, al decir «uno» me refiero a quien sea que piense en aquella realidad sin vivirla— puede imaginarse un montón de cosas acerca de la ocurrencia de lo cotidiano en la isla; puede creer, con razón o sin ella, que entiende las causas históricas del momento actual; puede hacerse una idea incluso muy informada de las condiciones geopolíticas que han determinado la excepcionalidad mayúscula que reviste la forma de existencia de Cuba, con las consecuencias que esa excepcionalidad tiene para la existencia de cada cubano en particular. Pero en tanto no se converse con alguien equipado con la vivencia directa —alguien a quien, además, esa vivencia haya terminado por resultarle insoportable, tanto como para tener que salir de su tierra—, esas figuraciones tenderán a ser ingenuas y esas comprensiones seguirán incompletas.

      Al leer y oír los pareceres que cruzan el espacio en estos días, cuando Cuba es noticia por las manifestaciones contra el régimen que impera desde el triunfo de la revolución hace 62 años, echo muy en falta ese componente indispensable que es la vida real de las personas, al margen de la insistencia en malentendidos históricos que han arranciado las ideas que nos hemos hecho sobre el tema a lo largo de tres generaciones. ¿Cuándo tuvo que quedarnos claro que las cosas habían salido tremendamente mal? ¿Y por qué no lo vimos? Ciertamente es difícil el acceso a ese componente: quienes están ahora mismo en el que ojalá sea un momento decisivo para la lucha por la libertad y la vuelta a la cordura (Cuba, me ha dicho una amiga cubana, es un delirio incesante) están también aislados, invisibilizados. 

       Si no tuviéramos también nuestra propia locura aquí, el Estado mexicano tendría que exigir el respeto irrestricto a las garantías individuales y a los derechos humanos en general. Y alistarse ya para ayudar a salvar a tanta gente que va a sufrir tanto. ¿Y a uno qué le toca? Por lo pronto, tratar de zafarse de taras, malentendidos y suposiciones.

J. I. Carranza

Mural, 15 de julio de 2021.

El rector y Patricio

Hace dos días, el rector de la Universidad de Guadalajara tuiteó un meme en el que se ve a Patricio, el amigo de Bob Esponja, rezando junto a una veladora que dice: «Veladora para que ahora sí haya FILGDL». El hecho parece significativo por varias razones, una más o menos obvia, y otras dos quizá no tanto. 

      La razón más bien evidente: la conducta del rector Villanueva en las redes sociales se corresponde con un deseo de notoriedad inusual entre quienes han ocupado ese cargo. Si bien, por lo general, los tuits y los posts sirven al propósito de transmitir informaciones relevantes para la comunidad universitaria, o para la sociedad en su conjunto, es innegable que Villanueva ha decidido imprimir un tono personal (y, como en el caso del meme de Patricio, payasón) a su presencia. ¿Porque quiere granjearse la simpatía de un futuro electorado? Ya su protagonismo en las jornadas de vacunación le ha creado una imagen nada despreciable. La pregunta es: ¿para qué la querrá? (Y otra pregunta sería: ¿qué pensará al respecto el Licenciado?).

      Primera razón no tan obvia: el meme de Patricio da a entender que el año pasado no hubo FIL. O, al menos, que para el rector no contó el enorme despliegue de actividades en línea que constituyó la edición 2020 de la feria. Yo me inclino a estar de acuerdo con esa apreciación: qué falta me hicieron el gentío, los libros, el caos de cada otoño. Pero esta invitación a que recemos por que este año «sí haya» FIL confirma que lo de 2020 ya nadie lo recuerda. Ni el rector.

      Y última razón: la imploración de Patricio y del rector ¿a quién va dirigida? ¿A las autoridades que darán o no su beneplácito? El rector anotó, al publicar el meme: «¡Está en nuestras manos! La @FILGuadalajara 2021 podría ser híbrida si nos comprometemos a no bajar la guardia y a seguir las medidas sanitarias que ya conocemos». Se entiende, entonces, que es un llamado a que contribuyamos a contener los contagios quienes queremos ir a la FIL este año. No sé si esa esperanza sea suficiente para convencer a los descreídos que no quieren vacunarse, o a los irresponsables que no usan cubrebocas. Tal vez a la ilusión de que haya FIL se necesite agregar otras. ¿Alguna sugerencia?

J. I. Carranza

Mural, 8 de julio de 2021.

Donitas

Primero, la información vital: para tranquilidad del público conocedor y para dicha de las generaciones venideras, enfrente de Catedral sigue jalando el local de Nieves Fiestas, que seguramente venderá el doble tras el cierre del de Pedro Moreno y 16 de Septiembre. Ante la zozobra generada por la noticia de este cierre, el anuncio circuló desde la página de Facebook de ese negocio, y, quien dio con él y fue a visitar esa página, pudo enterarse de diversas ofertas, también de que se pueden pedir donitas a domicilio. Y lo más asombroso: de que Nieves Fiestas tiene 75 años.

       Espero que el párrafo anterior no sea visto como un comercial, pues poca falta le hace a un establecimiento de presencia tan arraigada en las preferencias de los tapatíos. Ciertamente, tiene mucho de enigmático, ese arraigo: el solo hecho de que las donitas sean conocidas como «donitas apestosas» sugiere un misterio. El olor del aceite en que son fritas, que por décadas ha impregnado los portales y es característico del centro de Guadalajara, está lejos de ser un indicio del sabor que tienen. Incluso puede ser disuasivo para mucha gente: yo no he conseguido que mi hijita, por ejemplo, se anime a probar las donitas, por más que le juro que las va a encontrar deliciosas. Por otra parte, también es fascinante el hecho de que la oferta del local y su funcionamiento no hayan tenido que cambiar en tanto tiempo: en una ciudad que muchas veces se aloca proponiéndose figuraciones de modernidad y progreso con las que luego no sabe qué hacer, esa permanencia es un triunfo.

       ¿Qué va a pasar con el Edificio Plaza y con los portales, y con los locales que han sido desalojados? ¿Lo van a tumbar, van a dejar que se caiga? Cuántas desgracias le trajo a Guadalajara la malhadada construcción de la línea 3 del Tren Ligero: por mencionar dos de las más graves, que siguen sin remediarse, en el tramo de la Normal a Aranzazú, ahí están el templo de San Francisco y la Casa de los Perros, de cuyos daños nadie parece acordarse. El Ayuntamiento ya dijo que va a apoyar a los comerciantes afectados… para que le reclamen a la SCT. ¿Van a estar echándose la bolita? Así se destruye la ciudad: con irresponsabilidades y ocurrencias sin fin.

J. I. Carranza

Mural, 1 de julio de 2021.

Soberbia

La ignorancia es un mal no siempre remediable: a veces porque no hay las condiciones materiales o culturales (hambre, miedo, fanatismo, etcétera), a veces porque se instila en los grupos humanos de formas inadvertidas y sólo se revela el perjuicio que hace cuando ya es incontenible (el fascismo es buen ejemplo, y también los modos en que se enquista en las masas la adoración por demagogos, orates o imbéciles). O también puede pasar que la ignorancia sea sencillamente indetectable, aunque en estos casos cabe confiar en el progreso de la ciencia —aun cuando ésta, por fuerza, siempre irá a la zaga de nuestro interminable desconocimiento del universo.

      En todo caso, es un mal que debería combatirse siempre que sea posible. En la emisión más reciente de su programa Last Week Tonight, John Oliver exhibió a una enfermera (¡una enfermera!) que acudió ante el comité de salud pública de Ohio para denunciar que la vacuna contra el covid-19 la había magnetizado. Exigía explicaciones para el hecho de que, según ella, se le pegaran objetos metálicos al cuerpo. Por risible que sea, esta creencia está ampliamente extendida, sobre todo entre los segmentos de la población que rechazan las vacunas —también hay quienes creen que en la inyección les insertarán un chip para controlar sus voluntades.

      Oliver le dio una explicación a la mujer: le dijo que lo que le pasaba se debía al desastre de la educación pública, a consecuencia del cual hay un vacío de confianza en la investigación científica; la gente, así, tiene que arreglárselas con un mínimo de información (distorsionada) para seguir creyendo en lo que ya cree, por ejemplo que hay una conspiración del gobierno para magnetizar a la población de Ohio. Con esa información, la gente se siente ya muy segura, tanto como para hacer el ridículo que la enfermera fue a hacer.

      La obstinación en la ignorancia tiene implicaciones morales. El rechazo a la vacuna, en este momento de la historia en que millones de vidas dependen de que la mayor parte de la población se inmunice, es una manifestación absolutamente aborrecible de soberbia. Quien no se vacuna está diciéndonos: «Yo sé más que tú, y soy mejor que tú». Es una irresponsabilidad imperdonable.

J. I. Carranza

Mural, 24 de junio de 2021.

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