En un luminoso ensayo titulado «¿Qué es la crítica literaria?», Antonio Alatorre explica de modo que parece irrefutable en qué consiste esa experiencia enriquecida de encuentro con las obras (lo que dice, claro, puede extenderse a los dominios del arte en general, más allá de la literatura). Y afirma que la crítica, en la medida en que guía a otros para que hagan sus propios descubrimientos, es siempre ayuda; también, conforme propicia el encuentro con quienes podemos intercambiar apreciaciones para afinar las nuestras, «se nutre en el diálogo». Y, por último, que su ejercicio también es siempre una forma sostenida de aprendizaje.

Ayuda, diálogo, aprendizaje. Por eso Alatorre era un enorme crítico, un sabio cuyo conocimiento, en su grandeza, sólo era equiparable con el tamaño de su humildad al proponerse lograr eso: enseñar, conversar, aprender. He estado recordando ese ensayo a raíz del escándalo protagonizado por la crítica de arte más famosa de la lamentable escena mexicana, la que, por lo visto, ha pasado de las palabras a los hechos, destrozando materialmente y ya no sólo con sus columnas rabiosas aquello que no le gusta (asegura ella misma, y más de algún testigo, que no tocó la obra y que ésta habría estallado solita, al verla acercarse, ¿autodestruyéndose antes de que la crítica, en su furia, la hiciera pedazos en su siguiente columna? En todo caso, es un hecho que se acercó mucho, más de lo que se toleraría de cualquier creatura malcriada en una galería o en un museo, y también es claro que sí tuvo la intención de interactuar con la obra, colocándole una lata de refresco a un ladito o encima: ¡vaya forma vanguardista de pronunciarse!).

No extraña ver cómo ha prosperado la notoriedad de esta crítica, dada como es a proferir sus juicios, y sobre todo sus prejuicios, en estilo cuajado con exabruptos, generalizaciones y humor fallido. Y con convicciones inamovibles que da la impresión de pretender que rijan los rumbos del arte contemporáneo, básicamente porque lo que no encuadre con esas convicciones no está dispuesta a conceder que sea arte —ni dispuesta a que nadie lo vea así. Qué se le va a hacer: lo cierto es que tampoco extraña que mucha gente le haga caso.