He caído en la cuenta de que, desde hace algunos años, una de las primeras cosas que hago al llegar a la FIL es ir a comprarme una libreta. O varias. Como traen más bien pocas de la marca que me gusta, pronto se acaban o ya están muy escogidas, así que debo apresurarme. Ahora bien: si viene mi hijita, lo primero que hacemos es dirigirnos a la zona donde venden jueguitos y tilichitos, porque ella ya trae en mente que quiere algo de ahí —este año, tiene meses soñando con unos imanes que según ella nomás se consiguen en la FIL: no vamos a descansar hasta que los encontremos.

¿Y los libros? ¿No que nos gustan tanto, que dizque somos lectores, que sabe qué? ¿No tendríamos que entrar corriendo como locos a sumergirnos en los cerros de libros para salir bien cargados, y hacer luego cola para que sus autores nos los firmen, y también pasarnos el resto del día yendo de una presentación a otra, y llevar listas de títulos anhelados desde hace tiempo para surtirlas como si estuviéramos en el súper? Es cierto que, ya satisfechas las necesidades básicas (libretas, imanes, algún rompecabezas que se nos atraviese), por lo general pasamos a los libros, y hasta compramos algunos (bueno, siempre terminamos comprando de más), y, si no hay otro remedio, pasamos a alguna presentación. Pero debo reconocerlo: los libros, al menos para mí, ya es cada vez más difícil que sean el aliciente para venir que antes eran.

Pasa, creo, esto: existe internet y, como consumidor de libros, casi nada que me encuentre en la FIL puedo dejar de encontrarlo en línea. Pero el casi es la sola razón por la que sigo viniendo: los títulos publicados por editoriales independientes, en primer lugar, que difícilmente circulan en forma de bits; enseguida, los que, aun disponibles en la red, quiero tener en papel (por razones meramente sentimentales). Y, en tercer lugar, los libros ilustrados que deben llegar al librero de mi hijita.

Ahora bien: está claro que, así, nuestra visita podríamos despacharla en un rato, yendo a donde ya sabemos que están los libros que no hallaremos en otro lado. ¿Por qué nos quedamos entonces horas? Porque, como a la mayoría de la gente que viene, lo que más nos gusta es lerendear.

J. I. Carranza

Suplemento PERfil de Mural, 27 de noviembre de 2018