Un amigo tenía la costumbre de visitar lo más pronto posible el mercado principal de cualquier lugar adonde llegara por primera vez. Apenas dejaba las maletas en el hotel, preguntaba por dónde irse y agarraba camino. Nos reíamos un poco de él —dicha costumbre la completaba el ritual de tomarse un chocomil en el mercado—, pero sus motivos eran muy razonables. La idea era que sólo en un lugar así podía encontrar el carácter auténtico de la ciudad o el pueblo que iba a conocer, su vida de todos los días, la gente que la hace. Como si el viaje al mercado fuera un atajo para dar cuanto antes con lo que más valía la pena conocer ahí.

Yo tardé en aceptar esos motivos. Pensaba, quizás, que los mercados en México son todos iguales. No lo son, pero sí se parecen mucho, y eso me disuadía de buscar nada en ellos. Y también, claro, me daba pereza esa búsqueda: seguramente prefería eludir sus ajetreos, sus ruidos, sus cochineros, el gentío. En todo caso, recientemente he tenido ocasión de ir reconociendo cuánta razón tenía mi amigo, a raíz de una serie de visitas al nuevo Mercado Corona, desde poco después de que lo inauguraron y parecía todavía la implantación de un capricho con el que se había resuelto disparatadamente la muerte por fuego del mercado que durante años hubo ahí.

En el Corona, qué duda cabe, se lee claramente qué es y cómo es Guadalajara. Por ejemplo, ahora que reinstalaron el arco de cantera que había sido removido luego del incendio. Está muy bien que quede ahí ese testigo de lo que había, pues algo que nos ha hecho mucho daño es la desmemoria. Además, su presencia tiene algo de insólito, y eso la vuelve encantadora. Pero, a unos pasos, a la estatua del Amo Torres sigue faltándole la espada, y, además, muchas letras de la placa están borradas, de manera que se vuelve incomprensible lo que dicen. Es, creo, una estampa muy elocuente de Guadalajara: por un acierto que hay, una vergüenza que debemos pasar. Qué trabajo cuesta arreglar eso, no sé: menos que el que implicó levantar el arco. Pero no se hace —así como tampoco se limpia el mercado como se debe, que qué tanto costaría darle una trapeadita. ¿Así somos? Se aprende mucho yendo. Mi amigo tenía razón.

 

J. I. Carranza

Mural, 16 de agosto de 2018