El mejor de todos. Ahí están los libros que alcanzó a escribir. Y con ellos basta.

 

Al final de la película Salón México, de 1948, vemos al policía noble (interpretado por ese prodigio que era Miguel Inclán) prender un cigarro, lanzar al cielo una mirada cargada de misterio y, por último, meterse al tugurio, cuya entrada la preside un cuadro con la bandera. No sabemos qué irá a pasarle, luego de tantas desventuras. ¿Seguirá siendo honrado? ¿Se ha resignado a corromperse? Mientras, suena el «Danzón Juárez»: «Juárez no debió de morir, / ¡ay!, de morir…», y luego los versos tautológicos: «Porque si Juárez no hubiera muerto / todavía viviría», más famosos que los que siguen: «otro gallo cantaría, / la Patria se salvaría, / México sería feliz».

Siempre me ha gustado esa suposición descabellada, al margen de que Juárez haya o no debido ser eterno —un amigo mixe me ha hecho ver cómo en gran medida los pueblos indígenas lo tienen por un traidor—; creo que ejemplifica óptimamente cómo fraguamos nuestras esperanzas: del modo más insensato. He estado tarareando ese danzón estos días porque una esperanza parecida (inservible, defraudada para siempre porque pide que no se hubiera muerto alguien que ya se murió) ha sido coreada por muchos que recuerdan a Jorge Ibargüengoitia como, justamente, alguien que no debió morir. ¡Lo que estaría escribiendo!, se repite, ¡cómo estaría pasándosela de lo lindo con los despropósitos de la vida nacional y con los desfiguros de sus protagonistas más conspicuos! ¡Qué falta nos hace! (De paso: parece que el libro suyo que más tienen presente estos esperanzados es Instrucciones para vivir en México. ¿Habría que recordarles que tiene otros?).

Yo no lo dudo: juro que Ibargüengoitia ha sido el lector más agudo de lo que somos y que es el escritor mexicano más divertido que ha existido. Pocos me han hecho tan feliz como él. Pero la triste verdad es que se murió hace algo más de 34 años, y ni la literatura ni el periodismo en México han parido a quien lo releve. Y de eso no tiene la culpa él por haberse muerto tan pronto. Insistir en cuánta falta nos hace implica, de algún modo, que los libros que dejó no bastan por sí solos para maravillarse y para entendernos muchísimo mejor que si no los leyéramos. ¿Los estamos leyendo deveras?

 

@JI_Carranza

 

Publicado el 25 de enero de 2018. Sección Cultura, Periódico Mural