En un reciente artículo traducido para un suplemento cultural mexicano, y originalmente publicado en el Corriere della Sera, el escritor italiano Roberto Calasso reflexionaba acerca de cómo, ante la expansión del modelo impuesto por Amazon, las grandes cadenas de librerías se ven cada vez más amenazadas por el hecho de que «no son suficientemente grandes»: en la disyuntiva entre ir a buscar un libro en los anaqueles infinitos de una librería gigantesca, y hacerlo sirviéndose de un teclado y una pantalla, los lectores tienden a facilitarse la vida —y, evidentemente, los costos que representa para una gran librería sostener un inventario enorme llegan a ser irrecuperables.

A partir de ése y otros razonamientos, el también editor —uno de los más sabios que existen— esbozaba una esperanza para las librerías pequeñas, aquellas que no tienen la intención de acaparar el mercado, y, en particular, las que se centran en la oferta de literatura. «Para esta librería, sólo se abre un camino: enfocarse en algo que no se puede obtener de una manera electrónica: contacto físico con el libro y calidad». Calasso discurre luego acerca de esa noción resbaladiza, «calidad», pero concluye que, en una librería, puede tener que ver con el lugar mismo: «La librería tendrá que presentarse como un lugar donde se tienen ganas de entrar».

En Guadalajara, en cosa de semanas, dos bellas librerías pequeñas, enfocadas en la literatura infantil, anunciaron que cierran. Eran, qué duda cabe, lugares en los que era maravilloso entrar, y quedarse. No conozco las circunstancias de esos cierres, pero no me resulta difícil imaginar que están relacionadas con la inviabilidad económica que suele acechar contra proyectos semejantes. Y yo pienso en los alardes del aparato estatal cultural para dizque promover la lectura: el abaratamiento insensato de los libros y la soberbia que hay en desentenderse de las causas estructurales de la pésima relación que los mexicanos tenemos con la lectura. ¿No valdría más apoyar a quienes dedican sus vidas, por ejemplo, a abrir pequeñas librerías?

Lo que dice Calasso suena muy bien, claro. Lo malo es que esa sensatez se evapora al entrar en contacto con la realidad mexicana.

 

J. I. Carranza

Mural, 21 de marzo de 2019