Pocos como él. O, más bien, nadie. Pero sí, pocos, muy pocos, de los que quedan, muertos ya Enrique Cuenca, Leonorilda Ochoa, ‘El Borras’, ‘Borolas’, desde luego Chucho Salinas, Amparito Arozamena, ‘Pompín’ Iglesias, Polo Ortín, ‘El Comanche’, Pepe Gálvez… Y el enorme Mauricio Kleiff, que no actuaba, pero escribía lo que muchos de éstos hacían. Entre esos pocos que quedan, claro, están Alejandro Suárez y ‘El Loco’, por supuesto, y Eduardo Manzano, ‘Zamorita’, ‘Chabelo’, la insuperable María Victoria… ¿Quiénes más, quiénes menos? Héctor Lechuga llevaba el oficio esculpido en los rasgos, y nomás con que pusiera la carota le bastaba, pero, además, su comicidad, como en los mejores casos, radicaba en buena medida en una astucia suprema y un sentido agudísimo de la oportunidad. Lo mismo como niño baboso vestido de marinerito que como una de las ‘Hermanitas Mibanco’ (bucles, vestido floreado y las patas peludas con calcetines), o bien al encarnar al ciudadano cualquiera bajo cuya resignada seriedad operaba siempre la sagacidad necesaria para soltar alguna genialidad mordaz, para deslizar algún doble sentido tan sutil como certero, para componer la mueca precisa y desternillante. Puro ingenio, el de Lechuga y el de esos pocos como él. Y pura risa. Y pura tristeza que ya no haya quienes nos atesten así la memoria (esa memoria que termina por definir quiénes somos) con semejante felicidad.

JIC