Nacido en Gibara, en 1929, Cabrera Infante pasó por el periodismo y el activismo partidista, la crónica y la crítica de cine, y pronto tomó el rumbo de la literatura al tiempo que las circunstancias lo lanzaban en un viaje sin regreso hacia la disidencia. La Habana, en 1959, lo veía moverse con optimismo entre la dirección de una revista cultural y los mejores augurios para la Revolución triunfante; espectador deslumbrado del desconcierto que estaba transformando su mundo, publicó en 1960 su primer libro, Así en la paz como en la guerra, pero en 1961 recibió el primer golpe: la revista que dirigía, Lunes de Revolución, fue suprimida, precisamente, en nombre del control revolucionario de la cultura. Optó por la vida diplomática, y en Bruselas, en 1963, concluyó Vista del amanecer en el trópico, que habría de convertirse en su más célebre novela, Tres tristes tigres. El golpe decisivo vino en 1965, cuando regresó a La Habana por la muerte de su madre: «Cuba ya no era Cuba», recordaría después, «había dado un gran salto adelante, pero había caído atrás…». Siguieron la prisión, el estigma, la censura y, finalmente, la partida: Madrid, primero, y luego Londres, hasta que la muerte lo encontró ahí el 21 de febrero pasado.
En Tres tristes tigres está la esencia de una ciudad amada, La Habana, en una nostálgica, apasionada, vertiginosa, gozosa, amarga y musical elaboración del recuerdo. A ciertos pasajes de esta noche calurosa, interminable pero ya terminada, bien pueden atribuírseles propiedades alucinatorias, pero en otros muchos refulgen la delicadeza del virtuoso, el humor corrosivo o la sofisticación intelectual, siempre en el barullo de la fiesta que no deja escapar de ella.
Otros títulos indispensables de Cabrera Infante son Cine o sardina(sus amores con la gran pantalla), Puro humo (sus amores con el tabaco), La Habana para un infante difunto y Mea Cuba. El Fondo de Cultura Económica, en México, publicó una vasta antología suya: Infantería.
Su viuda ha afirmado que sus cenizas aguardarán en las islas británicas el momento de regresar a la otra isla: la suya.«Espero, amigos, que esta charla haya aumentado en ustedes la afición por mis libros hasta hacerla hábito, como droga suave o pornografía dura […]. Pero si no he conseguido su aprecio, por lo menos concédanme su desprecio. O su odio. Todo me es indiferente. Menos, por supuesto, la indiferencia. O el aburrimiento. Sé sin embargo que no hay nada más cercano a una carcajada que un bostezo —la diferencia consiste en hacer o no hacer ruido al abrir la boca. Hablando de bocas, gracias por prestar oído a mi lengua. Perdonen, por favor, que haya hablado con la boca llena».
J. I. Carranza