• La dignidad de la disidencia

    La dignidad de la disidencia

    Cabrera Infante

    La reciente muerte del cubano Guillermo Cabrera Infante ha sellado el destino literario y político de un autor cuya voz estará ya definitivamente vinculada a esa forma de identidad indeseable que es el exilio. Aunque su obra deberá esperar todavía para reencontrarse con sus lectores naturales, el Premio Cervantes de 1997 conoció el prestigio que le ganaron el genio creador, la fiereza crítica y la plausible intransigencia.

    Nacido en Gibara, en 1929, Cabrera Infante pasó por el periodismo y el activismo partidista, la crónica y la crítica de cine, y pronto tomó el rumbo de la literatura al tiempo que las circunstancias lo lanzaban en un viaje sin regreso hacia la disidencia. La Habana, en 1959, lo veía moverse con optimismo entre la dirección de una revista cultural y los mejores augurios para la Revolución triunfante; espectador deslumbrado del desconcierto que estaba transformando su mundo, publicó en 1960 su primer libro, Así en la paz como en la guerra, pero en 1961 recibió el primer golpe: la revista que dirigía, Lunes de Revolución, fue suprimida, precisamente, en nombre del control revolucionario de la cultura. Optó por la vida diplomática, y en Bruselas, en 1963, concluyó Vista del amanecer en el trópico, que habría de convertirse en su más célebre novela, Tres tristes tigres. El golpe decisivo vino en 1965, cuando regresó a La Habana por la muerte de su madre: «Cuba ya no era Cuba», recordaría después, «había dado un gran salto adelante, pero había caído atrás…». Siguieron la prisión, el estigma, la censura y, finalmente, la partida: Madrid, primero, y luego Londres, hasta que la muerte lo encontró ahí el 21 de febrero pasado.

    En Tres tristes tigres está la esencia de una ciudad amada, La Habana, en una nostálgica, apasionada, vertiginosa, gozosa, amarga y musical elaboración del recuerdo. A ciertos pasajes de esta noche calurosa, interminable pero ya terminada, bien pueden atribuírseles propiedades alucinatorias, pero en otros muchos refulgen la delicadeza del virtuoso, el humor corrosivo o la sofisticación intelectual, siempre en el barullo de la fiesta que no deja escapar de ella.

    Otros títulos indispensables de Cabrera Infante son Cine o sardina(sus amores con la gran pantalla), Puro humo (sus amores con el tabaco), La Habana para un infante difunto y Mea Cuba. El Fondo de Cultura Económica, en México, publicó una vasta antología suya: Infantería.

    Su viuda ha afirmado que sus cenizas aguardarán en las islas británicas el momento de regresar a la otra isla: la suya.«Espero, amigos, que esta charla haya aumentado en ustedes la afición por mis libros hasta hacerla hábito, como droga suave o pornografía dura […]. Pero si no he conseguido su aprecio, por lo menos concédanme su desprecio. O su odio. Todo me es indiferente. Menos, por supuesto, la indiferencia. O el aburrimiento. Sé sin embargo que no hay nada más cercano a una carcajada que un bostezo —la diferencia consiste en hacer o no hacer ruido al abrir la boca. Hablando de bocas, gracias por prestar oído a mi lengua. Perdonen, por favor, que haya hablado con la boca llena».

    GCI, «Cómo escribir en un trapecio sin red»

     

    J. I. Carranza

    Publicado en Magis, junio de 2005

  • La importancia de decir que no

    Saramago

    Alguna vez, en una entrevista, José Saramago respondió que su palabra favorita es “no”. La explicación a esa respuesta económica y contundente puede encontrarse en el hecho de que el portugués es un pesimista (que lo es, y de los mejores), un comunista en activo que trabaja por la revolución y, en cualquier caso, un intransigente. Pero la predilección por el “no” quizás se deba, mejor, al poder mágico de tal palabra: un “no” oportuno y firme puede cambiar el curso de la historia, como lo demostró el propio Saramago en una de sus novelas más celebradas, Historia del cerco de Lisboa.

    El corrector de estilo Raimundo Bienvenido Silva, cincuentón y triste, solitario y sin embargo todavía capaz de alguna osadía, se encuentra trabajando en la revisión de un libro que recrea históricamente el año 1147, cuando fuerzas lusas y cruzadas sitiaron la capital portuguesa, entonces en manos árabes. Sin pensarlo demasiado (o tal vez habiéndose preparado para ese momento toda su vida), el corrector decide intervenir en lo que habría tenido que dejar intacto, e instala un “no” decisivo: “…con mano firme sujeta el bolígrafo y añade una palabra a la página, una palabra que el historiador no escribió, que en nombre de la verdad histórica no podría haber escrito nunca, la palabra No, ahora lo que el libro ha pasado a decir es que los cruzados No auxiliarán a los portugueses a conquistar Lisboa, así está escrito y, en consecuencia, ha pasado a ser verdad”. Lo que ocurre en la novela luego de esa decisión, para Raimundo Bienvenido Silva y para el curso de la historia, es (como en el conjunto de la obra de Saramago) una apasionada meditación sobre la libertad y la voluntad.

    Nacido en Azhinaga en 1922, el ganador del Premio Nobel en 1998 publicó su primera novela a los 25 años, pero ninguna otra página dio a la imprenta sino hasta 20 años después: dos libros de poemas. En esas décadas de silencio practicó diversos oficios, entre otros los de cerrajero, mecánico y editor. A partir de 1977, con su siguiente novela, Manual de pintura y caligrafía, iría convocando cada vez más indiscutiblemente el reconocimiento de la crítica y la fidelidad de los lectores, y se convertiría en uno de los dos novelistas portugueses más importantes del siglo xx (el otro es António Lobo Antunes). Adscrito a posiciones políticas radicales, razón por la cual su nombre suele asociarse a movimientos como la Revolución de los Claveles, que puso fin a la dictadura portuguesa en 1974, o el zapatismo en México, Saramago ha figurado como una voz que, con la notoriedad que le dio el Premio Nobel, sabe hacerse oír allá donde la llamen: en Angola o en Timor Oriental, por ejemplo. Pero por eso mismo no es infrecuente que el dueño de esa voz suscite polémicas, como cuando “rompió” públicamente con el régimen de Fidel Castro. Como sea, el hecho es que Saramago también ha tomado partido por un uso personalísimo del lenguaje en su escritura de ficción: una prosa torrencial, pero navegable; una imaginación incontenible, pero organizada mediante sistemas de ingeniería narrativa que hacen de cada novela una notable experiencia de sofisticada sencillez.

    Entre sus títulos más sonados están, por supuesto, El Evangelio según Jesucristo (una versión inusitada de la Pasión y sus antecedentes), El año de la muerte de Ricardo Reis (donde Saramago salda deudas con el poeta Fernando Pessoa en un conmovedor encuentro de su fantasma) y Ensayo sobre la ceguera (el paso de un inesperado apocalipsis ante los ojos de una mujer). La identidad, la soledad y la crítica de la sociedad son temas que marcan sus entregas más recientes (Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado y Ensayo sobre la lucidez), fábulas en las que va advirtiéndose un desencanto creciente que en el fondo, sin embargo, tiene un sentido de la esperanza: la que se obtiene de la misma libertad que se gana con saber decir que no, pues como dijo el escritor en su discurso de recepción del Nobel, “nadie se engaña mejor que cuando consiente que lo engañen otros”.

     

    J. I. Carranza
    Publicado en Magis, octubre de 2005