Aunque nunca hay que creerle todo, pues a veces fantasea o recurre a fuentes poco fiables, el ChatGPT tiene el encanto de responder no sólo con aplomo, sino también con una suerte de sincero entusiasmo por lo que dice: como si le diera mucho gusto proporcionar tan veloz y decididamente sus respuestas, aunque en ocasiones sean patrañas. No es recomendable usarlo como oráculo ni dar por buenas sus informaciones sin contrastarlas con otras; pero por lo general suele tener alguna gracia lo que arroja. Como esto que me encontré al ponerlo a averiguar sobre las cabañuelas, el método de predicción del clima que antaño los tapatíos solíamos tener muy en cuenta, por impreciso que terminara siendo, y que consiste en asumir que el tiempo que hará cada mes corresponderá al que haga cada uno de los primeros doce días del año —sospecho que la descomposición del clima en el planeta ha ido estropeando la eficacia del método al paso de los años, y también que por ello ha ido olvidándose.

      Dice, mi sabelotodo interlocutor, que se trata de una práctica presente no sólo en Guadalajara y Los Altos, sino también en otras regiones de México: el norte, el centro, el sureste, principalmente, y asegura que en Yucatán hay también cabañuelas en agosto, conocidas como «cabañuelas de regreso». Agrega que existen en Centroamérica y en países como Ecuador, Colombia, Paraguay y Argentina, y que ello se explica porque la usanza viene de España. Pero lo mejor es esto: el nombre procede de la tradición judía, concretamente de la Fiesta de los Tabernáculos, en la que se recuerdan las viviendas improvisadas de que se sirvieron los hebreos a su paso por el desierto tras la salida de Egipto. ¡De manera que el chipi chipi de los últimos días sobre mi ciudad tiene una historia tan larga y rica!, empiezo a maravillarme… Sin embargo, al pedirle fuentes, el merolico que ha estado respondiéndome ofrece una disculpa, admite que no tiene ninguna fuente respetable. Yo, por mi cuenta, hago una veloz pesquisa y encuentro que más bien el ChatGPT estuvo revolviendo las cosas: tomó algo de la definición de María Moliner, lo aderezó con lo que dice el Tesoro de la Lengua Española de Sebastián de Covarrubias, lo condimentó con algo del Diccionario de Autoridades de 1726… Así que más o menos quedo donde empecé: en la costumbre tapatía, que es lo que conozco y me consta. Y en su verificación estos días.

      Y todo esto porque he estado pensando en el menudo. Pasó lo siguiente: ayer, sábado, salió en la tele (la tele local, yo tengo la culpa, quién me manda prenderle a la menor ocasión y dejar sintonizado un noticiero local, justamente, como si no hubiera un millón de canales más que ver, no sé para qué pago el cable y el internet si siempre acabo viendo eso, los noticieros locales o bien Jaboncito y Agua) una reportera que transmitía en vivo desde una menudería, entiendo que para antojar a los televidentes y, por tanto, acercarle clientes a la seño que entrevistaba junto a las ollas humeantes y el comal con las gordas gordísimas. Quedé hipnotizado al ver cómo servían el caldo (rojo) en esos platos de cerámica vidriada y bordes orlados, cómo le echaban los trozos de ranilla o libro o callo o casitas (casitas, cabañitas, cabañuelas), cómo se los llevaban a las mesas mientras la seño seguía echando tortillas, y cómo también llenaban ollas para la gente que pedía para llevar, formada en la banqueta —gran disyuntiva: en el frío lluvioso de las cabañuelas tapatías, y puesto que hay que decidirse temprano, pues pronto se acaba, ¿salir de la cama y lanzarse a la menudería para comer ahí, o mejor mandar al chamaco con una olla de peltre, para que no le vaya a dar a uno el chiflón? ¿Y si se le tira?

      Pero, al querer tomar nota para lanzarnos hoy, domingo —cueste lo que cueste, arrostrar el frío y la llovizna mojatontos—, ¡la reportera nunca dio la dirección! O yo no presté atención si la dijo, pero ya no la repitió. Como que me quedé con la idea de que es en la Colonia del Fresno, pero no estoy seguro. Total, me consolé al apagar la tele, lo cierto es que en Guadalajara pasa con el menudo lo mismo que con las tortas ahogadas: no puede haber un lugar donde esté malo, porque hay tanta competencia que una menudería insípida o chafa no podría durar. Y es que la menudería tapatía es uno de los privilegios más decisivos que supone vivir en esta ciudad, una gastronomía admirablemente democrática en la sencillez de sus principios y en la forma en que nos iguala en el disfrute elemental. A mí, que tan gordo me cae estar en manada, me encanta en cambio ir a las menuderías banqueteras donde te sientas en tablones y hay que pasarse el platito con los limones y la cebolla picada y la sal de grano y el chile de árbol o la salsa de chile de árbol, ¡y el orégano, ese aroma comestible! Con café de olla, desde luego —la señora de la Menudería Van Dyck, menudo nombre, en Mezquitán y Eulogio Parra, siempre nos tentaba al final con un mollete dulce, irresistible: ¿todavía estará?

      Total: una reportera que dio la información mocha; el ChatGPT que me metió en más dudas de las que me resolvió. Y todo en el frillito calador de las cabañuelas tapatías. Esto lo escribo ayer, sábado; hoy domingo toca madrugar para ir por un platazo grande de puro callo: ¿al de Cruz del Sur, al de Santa Tere…?

J. I. Carranza

Mural, 16 de enero de 2025.