Llegando y haciendo lumbre. Como para que se note que viene con todo, con ese excesivo ímpetu que suele imprimir a su voz, pelando los ojos y con gestos que buscan denotar firmeza aun cuando no se necesita (¿por qué abre tanto la boca para hablar?), el gobernador Lemus se estrenó en la querencia de sus gobernados alterando la circulación en López Mateos, avenida emblemática del caos citadino y de la imprevisión, la improvisación y la negligencia de las autoridades, y donde se condensa también lo peor de lo que somos capaces al volante quienes vivimos en esta ciudad. Como si las cosas fueran a resolverse por arte de magia el primer día de Lemus, amanecimos con dos carriles volteados, un ejército de agentes viales entorpeciéndolo más todo, la mitad de los automovilistas felices y volando sin trabas a sus destinos cotidianos, y la otra mitad frustrados y sumando ingratos minutos a vuelta de rueda o parados —o sea, lo mismo de todos los días, nomás que al revés.
Tal vez sobre decir que yo formé parte de esta segunda mitad —creo que ya se me notó lo enchilado que quedé—. Como todos los días, tuve que ir poco antes de las siete de la mañana de norte a sur, de la Minerva al Periférico, y pasandito el IKEA —espero ser el primer tapatío que estrena por escrito esta referencia— me aguardaba la espesura resultante de la confluencia de los dos carriles centrales y los dos laterales en ese sentido. «Bueno», me dije, al tanto ya de que eso iba a encontrarme, y si estaba al tanto fue porque leí la nota en este periódico un día antes, seguramente a muchas personas la medida las tomó por sorpresa, pues a la autoridad no se le ocurrió poner ni una lona ni usar para ello las tontas pantallas luminosas que hay a la entrada de los túneles vehiculares y que nomás sirven para recordarte que ya verifiques. «Bueno», digo que me dije, «vamos a ver cómo se pone», y me resigné a seguir en López Mateos. Bien pude haber puesto a la Pilarica (así le digo al Google Maps) para que me metiera a serpentear por las calles de Ciudad del Sol y de La Calma hasta sacarme ya cerca de Las Fuentes, pero me dio curiosidad ver qué tan efectiva sería la ocurrencia de Lemus y los cerebros que lo rodean.
Fui, así, registrando que esos cerebros no tuvieron en cuenta lo siguiente: hay avenidas que salen a los carriles laterales norte-sur de López Mateos, una incluso que cruza (y el viernes no pudo), Moctezuma; de las glorietas de La Calma y 18 de Marzo llegan más coches que, o quieren cruzar, o quieren agarrar también por López Mateos; hay, además, semáforos en varios puntos, y también boyas, en las salidas de los centrales a los laterales, y aunque uno habría podido pasar encima de ellas (pues esas salidas no estaban funcionando como salidas), a dos agentes viales me encontré obstruyéndolas, sin motivo alguno, enfrascadas en sus celulares (desmañanadas y de malas porque al fin las pusieron a trabajar) y ocasionando un embudo innecesario. Hay, también, camiones que tienen que ir parándose para subir y bajar pasaje. Y ciclistas y motos y peatones y todo eso que luego se nos olvida cuando vamos manejando y que también ocupa su espacio y necesita su tiempo.
Ayer leí que los que venían del sur a esas horas estaban felices. Yo hice cuarenta minutos más de lo que habitualmente hago. Y como setenta por ciento más corajes: por los que pitaban a lo loco, por los que se metían sin avisar, por los que no avanzaban cuando se podía por ir viendo el estúpido celular, por los atorones en las glorietas supradichas, por la pobre gente que estaba esperando el camión e irremediablemente iba a llegar tarde al trabajo porque el camión venía retrasadísimo, por Lemus y compañía y sus ansias de espectacularidad aunque para satisfacerla haya que usar a los ciudadanos como conejillos de Indias. Han dicho, él y su comisario de la Policía Vial, que es una práctica de «prueba y error». ¿Y cuántos errores harán falta para que la prueba ya salga bien? Por la tarde, aunque esto ya no me consta, el previsible atorón fue para los que venían del sur hacia el norte, y supuestamente quienes iban al revés llegaron más rápido. (No me consta, pero sí que el viernes fue particularmente caótico, en especial en los alrededores de la Expo, sin duda por la FIL, pero también por las dagas de nuestras autoridades viales).
¿Y qué hacer, entonces, con López Mateos? A uno, ignorante y carente de títulos académicos pomadosos y de experiencias internacionales que dan lustre al currículum, se le antoja pensar que bastarían algunos ajustes a la realidad cotidiana fundados en el mero sentido común. Por ejemplo: que los semáforos estén bien sincronizados siempre. Que haya policía vial para que la ley se cumpla y se saque de la circulación a los que no saben manejar, incluidos a los motociclistas que se escurren entre el tráfico ocasionando a menudo accidentes. Que puedan retirarse rápidamente los que protagonizan choques babosos. Que haya más camiones seguros, puntuales, limpios y cómodos. Y que los ciudadanos que manejamos nos acordemos de que ciertas actitudes de cortesía elemental sirven no sólo para evitar choques, sino también para agilizar la circulación: dejar pasar, no meterse a la brava, no pegarse de más, etcétera.
O ya no manejar por ahí nunca. Al menos mientras Lemus y compañía perseveran en su ocurrencia.
J. I. Carranza
Mural, 8 de diciembre de 2024.