Un funcionario de la 4T dice una estupidez acerca de la lectura, que se presta a gran argüende: en resumen, que está mal leer por placer. No es la primera sandez que suelta: ya una vez dijo que las mujeres deberían ir a las bibliotecas para acabar con el machismo. Segundo acto: otro funcionario de la 4T, en el Servicio Exterior, tiene a bien burlarse con razón del primero (que, para mala suerte del burlón, es protegido estelar de la esposa del Presidente, y del Presidente, quien lo ha calificado como «hombre íntegro, honesto, con mucha capacidad»). Tercer acto: defenestran al burlón; enseguida, proceden a enlodar su reputación.
No hace falta forzar la imaginación para explicarse lo sucedido: «Marcelo, ¿ya viste lo que anda diciendo tu funcionario en Madrid?». «No se preocupe, doctora, yo me encargo». Etcétera. Claro: mientras no haya evidencias, todo quedará en conjeturas. Pero, aun así, tenemos esto, que es gravísimo: el solo hecho de que parezca tan posible, tan verosímil, el castigo al criticón, al disidente, al funcionario que no se alinea, y que parezca haber favoritos intocables y condenas terminantes provenientes de Palacio.
Ahora bien: el lamentable sainete ha propiciado que muchos, en coro, salgan a defender la lectura por placer. Y no es que esté mal, desde luego: si se trata de estar del lado de la razón, las figuraciones del protegido de Palacio son necesariamente repudiables. Sin embargo, en su alarmante propensión a la cursilería, ese coro pierde de vista, me temo, algo que es todavía más importante: ni siquiera la procuración del placer debería estar por encima de la libertad soberana de quien lee. Dicho de otro modo: que cada quien lea por los motivos que le dé la gana, y que nadie (ni siquiera los lectores más socialmente comprometidos, ni siquiera los lectores más hedonistas) venga a asestarnos ninguna monserga.
Y además: en este país reventado, enfermo, en llamas, en el que la educación pública fracasó hace generaciones, ¿de veras se cree posible que existan condiciones generales para que la lectura sea un placer nomás porque sí? A mí, no sé, me suena todo un poco ingenuo. O frívolo. O, para decirlo como en realidad creo que es, más bien hipócrita.
J. I. Carranza
Mural, 12 de agosto de 2021.