Según el registro histórico de los invitados de honor a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la primera vez que vino España fue en el año 2000; cuatro años más tarde se invitó a «la cultura catalana», y en 2006 a Andalucía; en 2010 el turno fue para Castilla y León, y en 2017 vino Madrid; como el año pasado se invitó a la Unión Europea, habría que contarla como una visita más de los españoles, que con la de este 2024 sumará la séptima. Habida cuenta de la preponderancia de la industria editorial española en el ámbito que concierne a la feria, que es el iberoamericano, se entiende tal frecuencia e, incluso, cabe aventurar que no habría podido ser de otro modo. La FIL se debe, principalmente, al beneficio que de ella obtienen quienes participan del mundo del libro en español, empezando por los grandes grupos editoriales españoles, como resulta evidente por el hecho de que son los que ocupan las mayores superficies de venta cada año. Así que el adjetivo «Internacional» que lleva en el nombre bien podría cambiarse, para ser más precisos, por «Hispanoamericana». Pero sería una sigla fea, impronunciable, FHL. O a lo mejor podría llamarse Feria Española del Libro, sin más: la FEL.

      En esta ocasión, la invitación tiene como trasfondo el desencuentro entre México y España a raíz de la exigencia de disculpas de López Obrador por la Conquista, y de la que ha hecho eco obedientemente Claudia Sheinbaum, uno de esos pleitos tan aparatosos como ociosos con los que la llamada 4T ha sabido distraer la atención cada que le resulta oportuno. No parece que el rey Felipe VI tenga ganas de aprovechar la FIL para decir cuánto lo siente —todavía como príncipe de Asturias vino a pasearse muy quitado de la pena en 2006, a lo mejor está ahorita rabiando o nostálgico por no poder venir esta vez—, ni tampoco que la decisión se haya tomado con el fin de sanar lo que se haya raspado: más bien, da la impresión de que así la FIL ha querido seguir afirmándose como el espacio de disenso que también López Obrador quiso ver en ella. Recuérdese cómo, en repetidas ocasiones, desde la «mañanera» acusó a la feria, a su finado mandamás Raúl Padilla y a algunos de sus participantes más asiduos y conspicuos de conspirar contra el régimen; todavía en 2023 afirmó: «Es importante que se sepa que la FIL de Guadalajara siempre es una especie de cónclave de derecha», para explicar por qué él no venía, e incluso seguía escociéndole que a Padilla le hubieran dado «un premio en España, la monarquía», refiriéndose a la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica ¡en 2009! Así que en el gesto de la FIL al traer por séptima vez a los españoles puede leerse una voluntad de afirmarse en esa especie de disidencia… o bien pasó que no se calculó cómo la invitación podrá acrecentar el distanciamiento con el Ejecutivo federal, aun a pesar de las migas que el saliente rector Villanueva ha querido hacer con la presidenta entrante.

      Los programas de actividades de la FIL 2024, incluido el de los españoles, están como cada vez pletóricos de figuras que seguramente cumplirán bien con el cometido de hacer que la Expo se llene de público, pues tal es el interés más importante de la feria: que vaya mucha gente. Los logros de cada edición se expresan primeramente en cifras: «se espera que acudan más de 800 mil asistentes», se lee en el comunicado que describe lo que habrá este año, y más adelante: «Habrá 623 presentaciones de libros», «más de 180 mil profesionales, que acudirán de 54 países y para quienes se tienen preparadas 140 actividades», «El área de exhibición estará distribuida en 43 mil metros cuadrados y albergará más de 450 mil títulos de más de dos mil casas editoriales», etcétera. Es difícil hacerse una idea del significado de esas cantidades más allá de que suenan imponentes. Y lo cierto es que, dadas las dimensiones del recinto ferial, la vivencia de tal abundancia impresiona y aun abruma, por no hablar del vértigo que ocasiona descubrirse en medio de una librería gigantesca donde supuestamente uno podría escoger entre casi medio millón de libros. En casi cuarenta años que tengo de ir sin falla (ya estoy sacando números yo también), cada que llego experimento una suerte de sobrecogimiento ante la desmesura y el tumulto, como sin duda le sucederá a cualquiera. Y, al lado de las cifras, la grandeza de la que la FIL alardea está apoyada en los listados de nombres que se despliegan: el elenco más o menos abigarrado de figuras en el que descuellan varios puñados de famosos y no tan famosos con los que sus fans y sus no tan fans podrían encontrarse a lo largo de nueve días («más de 850 escritores de 43 países y 19 lenguas, dice el comunicado de marras). Números y nombres que activan la poderosa ilusión de que la FIL es algo insuperable que, sin embargo, se supera cada vez.

      Tiene algún fundamento esa ilusión si consideramos que la feria ocurre en esta tierra, en este tiempo, frente a las condiciones adversas que prevalecen y hacen ciertamente asombroso que pueda existir algo así. Ya al separar el grano de la paja y revisar qué quieren decir esas cifras, quizá nos topemos con que las cosas podrían ser distintas y tener otros sentidos. Pero, por lo pronto, quedémonos con eso: tiene mucho de milagroso que los libros animen una fiesta así, por ilusoria que pueda ser.

J. I. Carranza

Mural, 24 de noviembre de 2024.