Vi casi completo el episodio más reciente (bastante sangrientito, para mi gusto) y pedazos de los dos anteriores. Creo. Claro, no entendí gran cosa, pero sí entendí. Me falta mucha información acerca de las abstrusas genealogías y sus entrecruzamientos, y estoy lejos de conocer las razones de tantos enconos y ambiciones e intrigas; asimismo, ignoro casi todo —no: todo— respecto a la evolución que cada personaje habrá tenido. Que si fulana antes no era así, que qué le pasó, que por qué se volvió loca de repente, y luego el otro pusilánime, que por qué no ha actuado como cabría esperar… No entiendo, pues, las razones de la diégesis ni tampoco he hecho por averiguar su naturaleza simbólica —si la tiene—; me intrigó, en algún momento, la dimensión teológica que acaso tendría el relato (ya me explicaron que sí: que, a su modo, los individuos y los grupos sostienen algún comercio con ciertas formas de la divinidad). En suma: lo que vi, lo vi desde la inopia. Sin embargo, alcancé a atisbar algo.
Primero: si los seguidores más fieles están enfurecidos, eso seguramente se debe a que han encontrado inaceptable una serie de inconsistencias mayúsculas, sobre todo en lo que atañe a la naturaleza de ciertos personajes principales. Me parece comprensible. Pero también pienso: ¿pues qué esperaban? Se trata de una historia que ha ido siendo contada en función de las preferencias de la vastísima audiencia que ha alcanzado. Porque así se hace ahora la narrativa más redituable (sea en la tele, en el cine o en la novela): se escribe lo que la multitud quiere ver (o leer). ¿Y cuándo han sabido las multitudes preferir lo mejor? Yo vaticino que el final, al margen de lo que cuente, va a ser un éxito clamoroso, aun cuando deje a esas multitudes insatisfechas. Y es que lo que importa no es que los espectadores queden contentos: importa que vean la maldita serie. ¿No están de acuerdo con los últimos giros? De todos modos ahí van a estar, atentísimos.
Y segundo: lo más espectacular de esta historia es que está concebida para que se olvide de inmediato. Para que no queden ni cenizas luego de que arrase con ella el dragón de nuestra distracción, que enseguida hallará con qué más entretenerse.
J. I. Carranza
Mural, 16 de mayo de 2019