La paz de los demás no es cosa que importe a quien tampoco le importan sus mascotas

 

No es hora aún de abrir los ojos, pero ya los abrió, y también su hociquito chillón, el perrito de los vecinos de dos pisos más abajo. El edificio tiene un patio central, una magnífica caja de resonancia para que los ladridos se amplifiquen a esa hora, lo mismo que cada que a los vecinos les dé la gana de dejar al perrito en el balcón que da a ese patio. Poco después, el perrote de otros vecinos, los del departamento de al lado, empieza su concierto, en el balcón que da a la calle, cuando sus dueños se largan y lo dejan enloquecer en ese balcón todo el día. Otro vecino tiene cuatro perros, de diversos tamaños y sonoridades, que al menos tres veces al día hace bajar en el elevador, no sin que antes alboroten todo lo que quieren por los pasillos (y, a menudo, meen el elevador). En otro balcón vive un perro más, fúrico con todo el mundo que pasa por la calle, y ladra, incontenible, todo el día, y jamás he visto que su dueña haga nada por calmarlo. Hay todavía otros perros en el edificio para completar una jauría de al menos 16. Al departamento del otro lado (no al del perrote, aunque ahí también llegó uno más) trajeron hace poco un perrito nuevo, asaz neurótico, y su dueña de inmediato atinó a dejarlo solo todo el tiempo en la zotehuela cuyo ventanuco da a nuestro balcón.

No voy a alegar nada contra el hecho de que a los vecinos les guste tener perros. Pero sí creo, por una parte, que los vecinos son pasmosamente crueles al permitir que sus mascotas se queden solas, en espacios mínimos, encolerizadas o aterradas o sencillamente tristes, y desquitándose a ladridos contra la vida miserable que sus dueños les dan. Y, por otra parte, creo que en la indiferencia de los dueños por los escándalos que hacen sus perros hay una prueba (por si faltaran, en esta sociedad violentamente enfrentada a sí misma por las razones más nimias, donde todos vemos al otro como estorbo o enemigo) de que el respeto por la convivencia pacífica y por la tranquilidad de quienes viven junto a nosotros es una ilusión perdida. Que nadie haga nada por librarnos —a todos— de los ladridos incesantes, y sobre todo a deshoras, deja muy claro que les importamos muy poco, tan poco como sus perros.

 

@JI_Carranza

 

Publicado el 18 de enero de 2018. Sección Cultura, Periódico Mural