Ahora bien: no se trata sólo de las voces obtenidas de las conversaciones ajenas, sino también de las que sobreviven a la precariedad de los sueños: voces que llegan hasta las playas de la vigilia y es posible recoger cuando se ha alejado ya la marea de esa sustancia inaprehensible. Tabucchi cuenta que, cierta mañana parisina, al dar con un café y disponerse a obedecer la costumbre que le manda sacar la pequeña libreta y la pluma que siempre lleva consigo, recuperó la voz de su padre muerto, que había escuchado en un sueño la noche anterior. De esa experiencia surgió Réquiem, su novela más celebrada —aunque no la más célebre—: el delicado registro de un día en Lisboa, una jornada hacia cuyo final se prevé que el protagonista sostenga un encuentro fantástico (pero indudable) con el fantasma de Fernando Pessoa. Escrita en portugués, precisamente, Réquiem es el resultado del sostenido deslumbramiento que la obra de Pessoa ha significado para Tabucchi desde que, en la adolescencia, leyera el poema «Tabaquería» a bordo de un tren. Pero en las voces estábamos: su padre, laringectomizado a causa del cáncer, le habla a Tabucchi en el sueño, y éste entiende que ahí está la clave de una novela: la que recogerá esa voz junto con las que Pessoa distribuyó entre los distintos nombres con que firmaba sus poemas: «¡Si fuera posible traducir en palabras las emociones que suscitaron en nosotros las voces de aquellos a quienes amamos en el curso de nuestras vidas!», se sorprenderá Tabucchi varios años después, en un ensayo a propósito de aquel descubrimiento. Pero lo cierto es que en esta novela, y en el conjunto de su obra, ha triunfado en esa empresa: traducir en palabras cuanto le ocurre por oír voces. En palabras que forman relatos y novelas de delicadeza incomparable, además. (Tabucchi también ha escuchado, y aprovechado, las voces de los sueños de Dédalo, de Ovidio, de Rabelais, de Debussy, de Freud o de García Lorca, en el libro Sueños de Sueños).
La novela más célebre de Tabucchi es Sostiene Pereira (en buena medida gracias a la película de Roberto Faenza: la última en que actuó Marcello Mastroianni): el testimonio que rinde un hombre oscuro y triste que, en un momento decisivo, decidió correr el riesgo del compromiso político. Examen a fondo de la contradicción humana, las respuestas que Pereira va dando a sus interrogadores demuestran que Tabucchi no sólo oye voces, sino que posee además una propia, clara y poderosa, y que está dispuesto a alzarla siempre que no le parezca cómo van las cosas en su país, en Europa o en el mundo, ya que la función del intelectual es «desasosegar, poner a dudar a las personas» y sólo los políticos y los militares se conforman con certezas. Por ello mismo, prefiere que los personajes que pueblan sus libros parezcan perdidos, pues sólo así podrán tener la oportunidad de encontrarse. Lo mismo que sus lectores: «Cuanto más dudes, mejor. Prefiero el insomnio a la anestesia».
La obra de Tabucchi es vasta. Se puede visitarla como se visita un café concurrido, y aplicarse a escuchar. Sin falla, la imaginación y la emoción se verán enormemente recompensadas.
J. I. Carranza