Hay, desde luego, memes, aunque no tantos como cabría imaginarse. Pocos son sobresalientes, y hace falta que haya desfiguros de cierta espectacularidad para que los aprovechen bien un genio ocioso o un community manager con extraordinaria iniciativa. Por ejemplo: aunque fugazmente, fue posible hallar buenas ocurrencias en torno al accidente de la silla que se fue para atrás en el estrado, con su ocupante manoteando y alzando las patitas (qué pena, todos lo pensamos, que la caída no terminó de ser tal: eso nos habría dado para algunas horas más de diversión). Los memes que presentan al androide sin alma y con sonrisa macabra se desgastan pronto, me parece, y al menos yo no he visto ninguno que reelaborara la suerte charra que presumió hace unos días: ¡lástima! En cuanto al del hablar calmudo, hasta parece que él mismo querría que se hicieran más chistes: cuando hizo lo de la cartera, en el debate, yo sí me carcajeé. De pronto se explota el histrionismo que sabe imprimir a algunos mítines (los atavíos que le ponen, la sillita que le llevan), pero poco más. El último —el que menos importa, ni siquiera deberíamos estar hablando de él—, no ha dado más que para aquello de mochar manos, o aquello otro de su mamá que no sabe leer.

Claro, no se trata nomás de que haya más memes. Pero a lo que voy es a que me parece significativo que los candidatos no nos resulten más risibles. No sé. Es como si, entre las precauciones para no ofender y lo fácil que es darse por ofendido, se prefiera rodear o darle la espalda a las ocasiones de caricaturizar los discursos, los hechos y, por qué no, también a los personajes. Entre los partidarios de los candidatos (sobre todo entre los del puntero y los que no quieren que sea el puntero) hay una evidente predisposición al enfrentamiento y al encono, y éstos se activan a la menor provocación. La consecuencia: que la risa no juega, que el ingenio queda sofocado por la animadversión.

O será, quizás, que la ridiculez de los candidatos es un recordatorio permanente del ínfimo nivel de nuestra triste democracia. Que, mientras hacen su teatro, hay un país matándose y aterrorizado y enloquecido. Y así, por supuesto, quién va a tener ganas de reír.

 

J. I. Carranza

Mural, 7 de junio 2018